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11 de Septiembre de 2025 15:02
El pasado 6 de agosto numerosos noticieros divulgaron la existencia de un proyecto de ley que busca posicionar al inglés como la segunda lengua oficial de nuestro país. El presidente Petro se opone a la iniciativa. Para muchos, de ser aprobada, esta medida puede significar una mejora en la competitividad y oportunidades de los colombianos en el futuro. Para otros, representaría una amenaza a nuestro sentido de identidad cultural. Al contemplar la imagen completa desde tantas perspectivas me pregunto dónde van a aprender inglés de calidad los niños del futuro y dónde lo pondrían en práctica. ¿No será mejor simplemente reforzar el inglés en las instituciones educativas, en lugar de volverlo una segunda lengua poco útil y poco aplicable en la vida local?
Petro sugirió, en su lugar, hacer oficial alguna de las lenguas autóctonas que tenemos en Colombia. Según la Organización Nacional Indígena de Colombia, en nuestro país existen 70 lenguas: 65 indígenas, 2 criollas (palenquero y creole), las de la familia romaní, la lengua de señas colombiana y, por supuesto, el español castellano. Sin embargo, es poco viable hacer oficial cualquiera de esas lenguas, pues ninguna logra representar a una porción significativa de la población. Y es justo ahí en donde está el encanto de la nación: somos pluriculturales, no es necesario priorizar una u otra, ¿bajo qué fundamento escoger una lengua autóctona sobre el resto?
Colombia es el tercer país con más hispanohablantes del mundo (alrededor de 49 millones de personas), luego de México y Estados Unidos. Por otro lado, se estimó que en 2024 había 1’456.000.000 hablantes de inglés y 380.000.000 nativos. Es innegable que el inglés es la lengua dominante, duélale a quien le duela, motivo por el cual es importante aprenderla por lo menos. No solo por cultura general sino para acceder a mejores oportunidades educativas y laborales, ser más competitivos ante el mercado laboral internacional y facilitar el acceso a alianzas internacionales. No se trata de un tema de “imperialismo”, hay que ser realistas y admitir que el inglés abre puertas. De acuerdo con el reporte del EF EPI (índice del Nivel de Inglés Education First) de 2020, Colombia ocupa el puesto 17 entre 19 países de la región latinoamericana, lo que demuestra que es necesario capacitarnos mejor en el inglés sin que eso implique ser despectivos hacia el español.
De acuerdo con la Resolución 19479 expedida por la Registraduría Nacional del Estado Civil el 1 de agosto de 2025, el objetivo principal de la consulta liderada por Juan Carlos Portilla Jaimes es permitir que los colombianos decidan si el inglés debe ser una lengua obligatoria de instrucción en las instituciones educativas públicas, a la par del español. Puede resultar beneficioso aprobar la iniciativa, pero diagnostico que podría verse entorpecida por la falta de políticas públicas sostenibles y efectivas, la mala distribución de los pocos docentes calificados, la desmotivación y falta de interés hacia la academia y la poca exposición fuera del ámbito escolar. A la hora de aprender una segunda lengua es vital ponerla en práctica, pero la mayoría de generaciones colombianas no posee una formación adecuada en el inglés y los niños no tendrían un acercamiento con el idioma más allá del aula.
Volver el inglés una segunda lengua oficial no garantizaría un bilingüismo automático en la sociedad (requeriría años para hacer la transición hacia un inglés nativo y no tenemos certeza de que el inglés siga teniendo supremacía ante el creciente poder del chino mandarían, el hindi y el mismo español). Si ya hay barreras y brechas para enseñar el español en las instituciones públicas, imagínense lo que puede pasar con el inglés. En su lugar, el Estado debería fortalecer la cátedra de inglés para preparar a los niños para este mundo hiperglobalizado que demanda conocimiento multilingüe.
Una lengua oficial debería representar nuestra identidad y dudo que el inglés tenga una relación personal con una porción significativa del país. Es más, podría haber una repercusión en nuestro estilo de vida, las dinámicas sociales entre vecinos y una agudización de la gentrificación en ciudades que ya tienen problemas de ese estilo como Cartagena o Medellín. En pocas palabras, la gentrificación es un fenómeno social en el que extranjeros se mudan temporal o permanentemente a barrios locales y poco a poco se va elevando el costo de vida y los negocios auténticos tienden a desaparecer, generando un éxodo paulatino de quienes solían poblar el área porque sencillamente ya no pueden acarrear los gastos.
La respuesta a este dilema no es volver oficial el inglés sino apuntarle a mejores programas y a promover una calidad educativa más digna.
Antes de apoyar o cuestionar las posiciones ante lo que estamos atravesando, los invito a dos cosas: primero, preguntarse si aprendemos inglés porque queremos o porque sentimos que debemos hacerlo y, segundo, qué tanta distancia hay entre la teoría y la práctica. ¿Y si trabajamos en fortalecer lo que ya tenemos en lugar de llevar al extremo las cosas?
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