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26 de Septiembre de 2025 07:00
“Muchos años después, frente a los micrófonos y las pantallas, Andrés Silva y Alejandro Uribe habrían de recordar aquella tarde en que el sonido colombiano dejó de ser invisible”.
La frase, inspirada en el célebre arranque de Cien años de soledad, podría resumir la historia de La Tina Sound Desing, el estudio que transformó ruidos en narrativas y ambientes en emociones. Durante la XXII Semana de la Comunicación de La Universidad de La Sabana, los dos fundadores revelaron cómo un oficio subestimado durante décadas se convirtió en la llave para que Colombia ingresara a la élite audiovisual mundial.
Donde la creatividad y la empresa se fusionan, Silva y Uribe revelaron los secretos detrás del proyecto más ambicioso de sus carreras: darle voz a Macondo en la adaptación de Netflix de la obra de Gabriel García Márquez.
Su historia no es solo la de una empresa que nació en un estudio casero y hoy exporta servicios de sonido a Estados Unidos y Europa. Es también, la de un oficio que dejó de estar en las sombras para ocupar un lugar central en la narrativa audiovisual. “Un buen diseño sonoro no se nota, pero si está mal hecho, todo el mundo es capaz de percibirlo”, relata Siva.
La Tina nació hace quince años, en La Universidad de Los Andes, donde Silva y Uribe se conocieron por su pasión por la música y el arte. Desde un inicio, contaban solamente con computadores básicos, micrófonos prestados y una creatividad inimaginable.
Desde ese lugar, junto con cables y horas interminables de prueba y error, empezaron a trabajar en cortometrajes estudiantiles y proyectos independientes, denominado como “los años monedas”, recuerda Uribe.
El dinero que recibían era reinvertido en la infraestructura de su empresa, usado para mejorar sus equipos, ampliar la cabina o pagar un software más completo.
Al mismo tiempo, debían convencer a los directores de que el sonido era algo más que un accesorio técnico, ya que el contexto del cine colombiano, este sobrevivía con presupuestos ajustados y la prioridad era la imagen, hablar de diseño sonoro parecía un lujo innecesario.
Cuando llegaron las plataformas de streaming y las modificaciones a la Ley de Cine, se impulsaron la llegada de producciones extranjeras al país, entre ellas la serie Narcos, que no solo se filmó en Colombia, sino que trajo consigo equipos técnicos internacionales.
Esa experiencia fue la que abrió las puertas para que profesionales locales aprendieran métodos de trabajo más avanzados y estándares de calidad que hasta ese momento eran poco comunes en la industria nacional.
Fue a partir de ese ahí, donde Netflix comenzó a exigir que todas sus producciones en la región cumplieran con parámetros técnicos y narrativos más rigurosos, una oportunidad para que estudios como La Tina demostraran su capacidad de trabajo y se consolidaran como competidores de talla internacional.
Para condensar los aprendizajes, el proyecto de la serie Cien Años de Soledad fue el indicado. En sus manos se les fue entregado un libreto, el cual estudiaron palabra a palabra con la pregunta ¿Cómo suena el realismo mágico?
La respuesta de La Tina fue apostarle a la autenticidad, pues se apostó por los sonidos propios de la región. Para ello, se viajó a distintos puntos para capturar el rumor del viento, los ríos pesados, la espesura de la selva, ya que “Macondo no es en un punto específico del país como la mayoría piensa, su esencia proviene de distintos lugares del país”; desde las palabras de Silva.
No solo se trató de paisajes naturales. El alma de Macondo debía sentirse en las voces de su gente. Por eso, más de 150 extras con acento de la costa colombiana, fueron grabados en distintas situaciones para poder representar las conversaciones en la plaza, gritos en el mercado y regrabaciones de escenas por el ruido dentro de la locación del set.
“Macondo debía sonar real. No era una historia de simple fantasía. El absurdo ya estaba en la historia. Nuestro trabajo era darle naturalidad”, explica Uribe. Esa naturalidad es lo que permite que el espectador sienta que está dentro del universo de los Buendía: que reconoce el bullicio de la calle, el silencio cargado de presagio en los pasillos o el estallido repentino de un motín. En otras palabras, el sonido se convierte en un personaje más, capaz de sostener la atmósfera y guiar las emociones del público.
Sostener un estudio creativo en Colombia requiere tanta disciplina empresarial como talento artístico. “Montamos empresa empíricamente y aprendimos a punta de errores. Al final, un artista ofrece un servicio, y hay que pensarlo como empresa”, admite Silva.
Ese proceso implicó desde aprender sobre contratos y contabilidad hasta diseñar estrategias de crecimiento sostenibles. Hoy su portafolio incluye no solo diseño sonoro, sino también composición musical original y procesos integrales de postproducción. Esa visión amplia les ha permitido atender proyectos de gran escala, cumplir con los estándares de plataformas globales y diferenciarse en un mercado cada vez más competitivo.
En las manos de La Tina Sound Design, el sonido dejó de ser un simple acompañante para convertirse en narrador. Cada murmullo del viento, cada canto lejano y cada silencio prolongado hablan tanto como las imágenes. En Cien años de soledad, ese trabajo invisible logra que el espectador no solo vea a Macondo, sino que lo habite: escucha cómo respira, cómo se agita, cómo guarda secretos.
Durante décadas, en el cine colombiano el sonido fue el último en la lista de prioridades. Hoy, la experiencia de La Tina demuestra que desde lo invisible también se pueden construir mundos. Porque hay historias que no entran por los ojos, sino por los oídos; relatos que se graban en la memoria no por lo que muestran, sino por lo que hacen sentir. Y esa es quizá la verdadera magia: transformar el ruido en emoción y hacer del silencio un lenguaje capaz de conmover al mundo.
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