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26 de Septiembre de 2025 14:35
Las cosas que recordamos con más fuerza suelen estar ligadas a una emoción: la primera vez que fuimos al mar, el concierto donde gritamos hasta quedarnos sin voz, e incluso, la risa de un ser querido. Esos momentos permanecen porque nos hicieron sentir, y es ahí es donde Juan Gabriel Murillo encuentra la esencia de su trabajo: crear experiencias que no se olvidan gracias a la fotografía 360° y la realidad virtual.
En la Masterclass que dictó en la Universidad de La Sabana durante la Semana de la Comunicación, el líder de desarrollo de proyectos inmersivos no habló únicamente de cámaras ni de software. Habló de memoria, de comunidad y de cómo la tecnología puede transportarnos a lugares y emociones que creíamos perdidos. “Una experiencia inmersiva bien lograda se queda contigo toda la vida”, aseguró Murillo frente a un auditorio lleno de estudiantes que, minutos después, se pondrían las gafas para comprobar sus palabras.
Hace una década, Murillo trabajaba en visualización arquitectónica, diseñando modelos 3D para constructoras. Su obsesión era lograr que los renders fueran tan realistas que el cliente sintiera que ya estaba dentro de la sala de ventas. Fue ahí cuando descubrió la fotografía 360°. “En ese momento las cámaras no tenían opción de panorámica real, así que aprendí a coser imágenes con técnicas nodales. Me di cuenta de que podía construir una escena completa, flotante, sin límites”, recordó en entrevista con Conexión Sabana 360.
Ese hallazgo coincidió con otra pasión inesperada: la música. Con amigos de colegio formó un proyecto vallenato y quiso grabar sus videoclips de manera distinta. Sin saber mucho del tema, se arriesgó. Compró equipos, se formó, buscó mentores, cursos e información, y terminó convencido de que quería dedicar su vida a los formatos inmersivos. “Fue curiosidad y terquedad. Literalmente dejé todo y me lancé de cabeza”, confesó entre risas.
En su masterclass, Murillo dejó un mensaje contundente, pues en Colombia, el primer contacto con la realidad virtual suele ser un videojuego. Pero limitarla a ese campo es reducir su verdadero potencial. “El 90% de las experiencias inmersivas que conocemos son motores de videojuegos. Eso está bien, pero se queda corto. La realidad virtual puede llevarte a un teatro, a una galería o incluso a un momento íntimo con tu familia”, explicó.
Junto con su equipo de trabajo en la empresa que creó su empresa Visitas 360 y han producido distintos proyectos, entre ellos, un recorrido por la colección de arte de Bancolombia, la más importante del país, y la primera experiencia de realidad virtual desarrollada en una sala de ópera en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. En ambos casos, el impacto no estaba en la tecnología, sino en la sensación de estar allí, presente, viviendo lo imposible.
La pandemia de 2020 fue un punto decisivo para Murillo, con los negocios cerrados y la incertidumbre en aumento, recibió el reto de diseñar una vitrina virtual para una marca de vehículos de carga. Competía con proveedores de cuatro países y tenía apenas semanas para presentar resultados. Ganó la licitación y el proyecto se convirtió en un salvavidas.
“Era supervivencia, no innovación. Las empresas necesitaban que su negocio no muriera. Y lo logramos: creamos un concesionario digital donde el comprador podía explorar cada detalle del vehículo desde su casa”, contó. Cinco años después, ese proyecto sigue vigente y se consolidó como una de sus cartas de presentación más fuertes en el sector.
Pero una de las cosas que más mueve a Murillo es la pasión hacia la curiosidad. Desde hace cuatro años, Murillo lidera Luz Cámara Arte, un diplomado gratuito en Bogotá que ha capacitado a más de 200 jóvenes en técnicas audiovisuales y realidad virtual. “Lo más bonito es cuando un estudiante te dice: ‘Esto me cambió la vida’. Tuvimos un ingeniero industrial que dejó su carrera para dedicarse al audiovisual. Ese tipo de cosas son las que te recuerdan por qué haces lo que haces”, relató emocionado.
El proyecto, apoyado por convocatorias culturales, se ha convertido en un semillero de talento emergente que ve en los formatos inmersivos no solo una herramienta tecnológica, sino una forma de narrar y conectar.
A pesar de los avances, Murillo reconoce que todavía persisten prejuicios alrededor de la fotografía 360°. Uno de ellos es creer que la última cámara del mercado garantiza la mejor experiencia. “No es cierto. Hoy tenemos equipos de 8K, pero aún están lejos de lo que se logra con la técnica, donde cada toma se trabaja con detalle, exposición y resolución. El riesgo es que el público vea una mala experiencia y piense que todo el formato es así”, advirtió.
Para él, la tarea es cambiar esa percepción. Mostrar que la fotografía 360° puede narrar desde una boda transnacional, donde los novios ven a sus familiares a través de un casco de realidad virtual, hasta documentales que recrean la angustia de un bombero rescatando víctimas en el 11 de septiembre. “Ahí es donde entiendes que este no es un juguete, es un lenguaje para emocionar”, afirmó.
El cierre de su charla fue una invitación directa a los estudiantes a arriesgarse, experimentar, no conformarse ni quedarse en la zona de confort. En un mercado cada vez más competitivo, los productores audiovisuales deben ser todoterreno y saber de fotografía, video, redes sociales, animación y hasta programación. Pero más allá de la técnica, lo esencial es tener algo que contar y una narrativa con buena comunicación para que capture a la audiencia.
“Nada grande se construye en solitario. El verdadero poder de estas herramientas está en compartir, en apoyarnos como comunidad creativa”, concluyó.
Los aplausos finales no fueron solo cortesía académica. Eran la confirmación de que una generación ansiosa por contar sus historias había encontrado un espejo en Murillo, quien convirtió la curiosidad en carrera, y la tecnología en emoción.
Porque al final, la fotografía 360° no se trata de pixeles ni de gafas futuristas. Se trata de revivir lo que importa: las memorias, los instantes y las emociones que nos recuerdan quiénes somos.
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