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7 de Octubre de 2025 14:05
Para entender quién es Santiago Macías Yepes hay que viajar a los primeros años de la década del 2000, cuando YouTube era un universo nuevo y caótico, y las tardes se iban entre retos absurdos, juegos improvisados y canciones que se quedaban en la cabeza. Allí, entre clics y risas, nació su historia.
Santiago Macías, más conocido en redes como Santimaye, ha logrado cautivar a miles de personas con todas sus ocurrencias. Lleva 10 años creando contenido y, durante ese tiempo, ha sabido adaptarse a los cambios de las plataformas y a las tendencias, sin perder nunca su esencia auténtica y cercana.
Su trayectoria no solo se mide en números, sino en la conexión que ha construido con quienes lo siguen. Para muchos, Santimaye se ha convertido en un referente de creatividad, espontaneidad y constancia, alguien que demuestra que detrás de cada vídeo hay una historia personal, un esfuerzo y una pasión por comunicar.
Pero no todo ha sido color de rosa: Santiago ha pasado por las duras y las maduras. Cuando apenas tenía 10 años, enfrentó la separación de sus padres y, como si fuera poco, se alejó de su hermano y su mamá porque ellos decidieron que cada uno se llevaría a un hijo. Fue entonces cuando empezó a forjarse su carácter, aprendiendo a valorar lo perdido y encarnando con cada experiencia la verdad contenida en aquella frase que tantos repiten, pero pocos comprenden: “Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Por fortuna, después de dos largos años, sus padres decidieron volver a estar juntos, retomando esa familia tradicional con principios católicos que siempre habían sido.
El reconocido youtuber estudió en un colegio masculino, sin contacto con niñas. Por eso, les tenía un pavor enorme: le sudaban las manos solo con observarlas de lejos y hasta llegó a creer que nunca tendría pareja por ese miedo. “Papás, cámbienme de colegio, yo nunca voy a tener novia”, llegó a suplicar. Lo que Santiago no sabía en ese entonces era que esos temores serían esenciales para que, cuando una mujer se cruzara en su vida, pudiera valorarla profundamente, tal como aprendió a hacerlo con su familia.
Este pequeño creció en la fría capital de Colombia, viviendo una infancia bonita, llena de diversión, amigos y aprendizajes. Es bastante tímido, pero tiene un corazón enorme. Sus amigos afirman que es una persona tierna, amable, respetuosa y un “re todo bien”. Tiene unas cejas igual o más grandes que su sonrisa, que contagia a quien la ve. Sus ojos y pelo son oscuros, y su piel tiene un tono claro que contrasta con la sombra ligera de barba que siempre lleva.
Su humildad resalta y forma parte de su esencia. Y aunque ha luchado con sentirse inferior, ha aprendido a ver el valor que los demás siempre vieron en él. La cocina no es su habilidad… él mismo lo reconoce sin problema: “Soy muy mal cocinero y, cuando me he esforzado, no me queda rico”, dice entre risas y con la honestidad que lo caracteriza.
La música siempre fue algo que tocaba profundamente su corazón, pero como en muchas familias tradicionales con padres economistas, la prioridad era estudiar algo “seguro”: una carrera que le permitiera entrar a una empresa y ascender. Por eso, decidió estudiar Administración de Empresas. Durante la carrera empezó a notar el fenómeno de YouTube y el impacto que estaba teniendo en el mundo digital. Por esa razón comenzó a grabar vídeos.
Para él, YouTube no fue una oportunidad para hacerse famoso ni un escenario para desarrollar habilidades artísticas, sino simplemente una vía para alcanzar estabilidad económica. En sus propias palabras: “mi camino en redes inicia netamente por una búsqueda de encontrar una estabilidad económica”.
El comienzo no fue nada fácil. Santiago no tenía nada que ver con lo artístico o social; su enfoque siempre estuvo más ligado a lo financiero y matemático. La timidez siempre ha estado presente en su vida y, aunque con el tiempo ha aprendido a manejarla, sigue siendo parte de él. “Suelo pararme en el altar, en cámaras, en televisión, en eventos grandes. Pero, lo que la gente no sabe es que mi espalda está sudando terrible, las manos se me ponen heladas y tiemblo”.
Con todo y esos nervios, tomó una decisión clave en su vida: “Al ver que me iba tan bien en YouTube, decidí dejar de lado el camino convencional de trabajar en una empresa y aposté por crear mi propia marca: Santimaye”. En ese entonces, su objetivo era claro y directo: “Yo quería dinero, quería cifras, quería crecer”, afirma. Por eso, sus vídeos giraban en torno a todo lo que generara alcance y resultados: retos virales, juegos populares y el famoso “Roast Yourself”.
Santiago la pasaba increíble creando sus vídeos; disfrutaba cada instante: grabar, conocer gente, conectar con otros creadores. Sin embargo, a pesar de toda esa emoción, había algo que no terminaba de llenarlo por completo. “Era como si tuviera un vacío. Me iba bien, me divertía, pero en el fondo sentía que me faltaba algo más profundo”, confiesa.
Y fue precisamente en esos encuentros con otros influencers y creadores donde comenzó a notar una diferencia. Mientras algunos recibían mensajes que iban más allá de la fama: “Gracias, porque lo que haces me enseñó a invertir y ahora tengo mi propia casa”, él solo escuchaba la misma petición una y otra vez: “¿Me puedo tomar una foto contigo?”
“Eso me hizo darme cuenta de que mi contenido era un poco vacío”, dijo Santiago.
Ese momento lo hizo detenerse y replantearse muchas cosas. Se dio cuenta de que, aunque estaba haciendo contenido que entretenía, quizá no estaba dejando un impacto real, algo que transformara a quienes lo seguían. No porque su trabajo fuera malo, sino porque sentía que podía ir mucho más allá.
Ese fue uno de los detonantes por los que empezó a crear contenido con propósito, pero hubo otro mucho más profundo que marcó un antes y un después en su vida: el divorcio.
Después de muchos años de relación, Santiago se separó de su pareja. Para él, su matrimonio significaba todo. “Se puede caer el mundo y yo soy feliz si mi relación está estable”, asegura. Cuando se dio cuenta de que no era tan estable y la relación se vino abajo, dijo: “Yo ya no tengo por qué vivir”.
Santiago cayó en una depresión profunda. Fue un golpe muy duro: no quería levantarse de la cama porque abrir los ojos y enfrentar ese vacío le resultaba insoportable. No tenía paz ni descanso. Ese momento fue uno de los más difíciles de su vida.
En medio de esa oscuridad, cuando no sabía qué estaba haciendo con su vida ni hacia dónde iba, decidió buscar a personas que conocieran de Dios y no a quienes lo llevaran a cosas banales. Después de muchas lágrimas y noches difíciles, Santiago comenzó a reconstruirse. Su corazón fue encontrando paz y en su interior el rencor ya no tenía lugar. Él dice que lo que Dios hizo en su vida fue tan maravilloso que no podía guardárselo solo para él; tenía que compartirlo.
Su papá, al verlo recuperado, no podía creer lo rápido que había mejorado. “Yo pensé que ibas a estar mucho tiempo sin poder ni levantarte. Me sorprendió verte recuperado tan rápido. Cuando te pregunté qué habías hecho y me respondiste con tanta seguridad: ‘Dios’, entendí que algo muy grande había pasado en tu vida. Y fue en ese momento cuando dije: ‘Quiero conocer a ese Dios que restauró a mi hijo”.
Así empezó a contar su historia y a compartir esa luz que había encontrado en medio de la tormenta. Y, sin darse cuenta, llenó ese vacío que tenía de no tener un propósito. Después de esto, Santiago tomó una decisión clara: ya no le importaban los números ni el dinero. Su enfoque cambió porque ahora buscaba algo mucho más profundo, algo que resumía con un versículo que tenía muy grabado: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33).
Y, como suele pasar cuando uno sigue esa guía, la respuesta no se hizo esperar. Los seguidores se mantuvieron fieles y, de hecho, su comunidad creció aún más. La gente captó su mensaje con la mejor actitud y las marcas siguieron llegando, apoyando su nuevo camino.
En cuanto a su vida amorosa, Santiago había decidido cerrar la puerta al amor romántico. “Voy a quedarme soltero toda la vida”, decía. “Sufrí tanto con la ruptura de mi matrimonio que no quiero volver a pasar por eso; me enamoré tanto de Dios que no necesito a nadie”. Incluso evitaba tener amigos cercanos, convencido de que podrían herirlo.
Pero Dios tenía otros planes. Mientras conversábamos en la iglesia a la que actualmente asiste, en una pequeña oficina con un sofá cómodo, buena luz y paredes claras adornadas con algunos versículos e imágenes que transmitían paz, Santiago mencionó a alguien muy especial: Laura, la joven que coordina la alabanza del grupo de jóvenes.
Al principio, para él era solo la chica que lideraba el grupo, pero al ir conociéndola descubrieron que tenían muchas cosas en común: ambos estudiaron Administración de Empresas, compartían gustos, ideas y, sobre todo, la música.
Con Laura conversaban, reían, y todo parecía fluir de manera natural. Después de varios meses, por primera vez, Santiago empezó a sentir algo que creía que no volvería a experimentar. Veía a Laura y su corazón latía más rápido, le daban nervios, le sudaban las manos, tal y como cuando era pequeño.
“¿Estoy volviendo a sentir amor?” se preguntaba. No sabía si eso era lo que quería y tenía temor de ser lastimado. Pero, sin pensarlo, Laura empezó a ocupar un lugar muy especial en su vida. Sanó el lugar que más tenía destruido. Santiago afirma que eso fue una respuesta clara de Dios, una bendición más en medio de todo el proceso de restauración que había vivido.
Hoy, a sus 31 años, Santiago Macías tiene las ideas claras y el corazón enfocado. Sueña con seguir haciendo música que toque profundamente a las personas, con amar por muchos años más a la mujer que hoy lo acompaña y con formar una familia: dos hijos, quizá tres.
Sabe que, aunque sigue al mejor de todos, no es el mejor de todos… y lo vive con humildad. Su meta no es ser el número uno en un ranking, sino ser fiel al propósito que Dios le dio, crecer como persona y dejar un legado que trascienda más allá de las pantallas, porque todo lo que viene de Su mano siempre supera cualquier plan humano.
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