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30 de Septiembre de 2025 10:59
Dicen que la profesión es un reflejo de quién es cada persona. Tu trabajo te moldea, o es una simple representación tuya. Una de esas es el deporte, que puede verse de muchas maneras, pero para aquellos que se dedican o dedicaron a ello, es un estilo de vida; lo es todo. Todos hemos querido ser uno de nuestros deportistas favoritos. Estos ídolos tienen una cosa en común: la disciplina. La disciplina es todo en el deportista de alto rendimiento. Lo es antes, durante, y como la historia de hoy, después de su carrera.
El mismo deporte me llevó a conocer a una de mis mejores amigas, Silvana Cardoso. Actualmente es estudiante de arquitectura de la Universidad De Los Andes, pero desde pequeña siempre ha tenido esa misma cualidad que nombramos antes: la disciplina. Con el tiempo, he ido entendiendo como desarrolló esta competencia: una herencia, una herencia de su abuelo.
Hernando Piñeros fue un futbolista profesional. Jugaba como delantero, pero podía retroceder un poco en la cancha y armar juego como si fuera un mediocampista. No era alguien alto, por lo que le guastaba quedarse en el borde del área. Hernando logró ser bicampeón del fútbol colombiano, Con Atlético Nacional en 1973 y con Independiente Santa Fe en 1975. Jugó en ocho equipos distintos en Colombia y también fue director técnico, pero los más veteranos lo recuerdan por su manera de pegarle al balón. Parecía que su pierna fuera como un misil; podía pegarle con tal potencia a un balón de caucho que si las redes del arco vivieran, temerían por su vida.
Con él compartimos en una que otra ocasión, como aquella vez que invitamos a toda su familia a mi casa, y mi vecino Jorge, paisa y flamante hincha de Nacional, lo conoció. Habló con Hernando y le pidió fotos durante toda la tarde. Mi abuelo, Hugo, también lo reconoció y compartieron varios recuerdos del Santa Fe campeón del 75.
Más allá de esos pequeños encuentros, no lo pude conocer del todo bien. El 3 de diciembre del año 2019, Hernando Piñeros falleció en la ciudad de Bogotá a sus 76 años, luego de una lucha contra el Alzheimer.
Si bien yo no pude conocerlo, su nieta Silvana sí . Ella lo recuerda como un abuelo diferente. Así como ella lo dice, con él el plan no era “ir a comer galletitas”. Ellos iban a hacer deporte. Todos los días a las seis de la mañana, cuando se montaba al bus del colegio, lo podía ver trotando en la calle a sus 70 años.
Los fines de semana, Hernando la acompañaba a sus clases y partidos de fútbol. Ella recuerda con exactitud cómo era su comportamiento. “Cuando él me iba a ir ver a un partido de futbol. No decía nada. ¡Ay, te fue súper bien! No. No decía absolutamente nada; solo miraba el partido. No te decía como, ¡Ay, bueno, haz esto!. Él no te recomendaba nada. Después, en el carro, te analizaba de manera general. Me preguntaba ¿Qué pasó en el minuto setenta? Era súper exigente”.
Esa exigencia viene de la mano con su increíble disciplina. Silvana lo describe como alguien con mucho amor, pero jamás olvidará cómo la empujaba, de buena forma, a ser la mejor. Si Silvana tenía un partido, allí estaba su abuelo. Si Silvana tenía una competencia de porras, allí estaba él.
Esta disciplina y franqueza que él tenía la aplicó en su forma de ser y de relacionarse con los demás. Hay una dicho que dice que todo hombre es el reflejo de su padre. Su hijo Hernando Piñeros ,Nando de cariño, no solo comparte el nombre con su padre, sino también su pasión por el deporte y lo que el mismo deporte conlleva.
Nando lo describe como un hombre sumamente disciplinado, y lo asocia con una frase de la autoría de su padre: “Si usted quiere ser el mejor, usted tiene que trabajar el doble. Hay dos tipos de personas en la vida: las personas que quieren ser muy buenas, los mejores, y los que quieren ser como el resto de la gente. ¿Usted quiere ser uno del montón o quiere ser el mejor?”.
Su padre era una persona respetada. Después de su retiro, Hernando puso una tienda de manufactura de ropa deportiva. La gente no solo iba a comprarle por la gran calidad de los productos, sino porque era él. Era alguien servicial y que siempre quería que las personas lograran lo mejor de sí mismos en el deporte que practicaran.
La disciplina de Hernando se ve reflejada en él. Nando, un hombre que pasa por el cuarto piso de la vida, lleva 20 años en el mundo corporativo, en multinacionales farmacéuticas de primer nivel . Él constata la disciplina de su padre en el día a día. No hay mañana en la que Nando se levante y no quiera ser el mejor. Las metas que él se propone, no las ve como metas, las ve como una realidad. “Hay que trabajar bastante, trabajar fuerte, hay que hacer cosas diferenciales para poder ser el mejor”.
Él intentó ser deportista profesional, y su padre siempre lo ayudó. “Yo solamente alcancé a hacer algunos pinos en futbol profesional y el tema era cómo yo me tenía que preparar para poder ser siempre el mejor o para poder destacar. Hacía más entrenamientos que los demás. Yo tenía preparador físico, tenía psicólogo”.
Nando tuvo la oportunidad de entrenar con la Selección Colombiana de Atletismo. Aunque esto pueda verse difícil de relacionar con el fútbol, tiene una explicación mayor. A Nando le enseñaron a correr. Algo que puede sonar muy básico, puede ser el diferencial entre los demás jugadores. Todos los futbolistas corren, pero no todos corren bien. Más allá de la técnica y la velocidad, el futbolista debe entender los espacios de la cancha. Debe entender cuándo y hacia dónde correr. Mbappé, jugador francés del Real Madrid, corre en tales espacios que lo hacen ser el máximo goleador del fútbol internacional.
A día de hoy, Nando es un deportista amateur de varias disciplinas. Él no se conforma con solo intentarlo, siempre quiere entender el deporte que practica y desempeñarse lo mejor posible, como cuando tomó clases de equitación o su pasado en el balompié.
Hernando Piñeros fue mucho más que un futbolista bicampeón de Colombia. Hernando fue Padre, fue esposo, fue abuelo, pero sobre todo fue un mentor. Fue un hombre que heredó mucho más que la pasión por el fútbol. Heredó una forma de ser, una forma de vivir. Heredó una de las virtudes más importantes que tiene la vida: la disciplina. Heredó una virtud, que así como dice su hijo, hace que los suyos sean los mejores en sus campos profesionales.
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