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29 de Septiembre de 2025 11:35
La cita era en el corazón del centro de Bogotá, cerca de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Vestido con chaqueta ovejera, camisa de cuadros y unos jeans, Ían Schnaida me esperaba con una sonrisa. Era alto, acuerpado y con barba. Me saludó con un abrazo cálido y empezamos a caminar hacia los cerros, buscando un café que nos acogiera para pasar la tarde.
Schnaida es paisa, nació en un hogar campesino del municipio de Barbosa, cerca de Medellín. Su familia cultivaba papa y cebolla, y en la finca siempre había varios animales. Así transcurrieron los primeros años de su infancia: en la lejanía de la ciudad, desconectado del mundo y de sus terribles noticias, jugando en el barro y yendo a la escuela, donde un solo profesor dictaba todos los cursos.
“En mi infancia campesina iba a muchos velorios de vecinos. Ahí normalicé mucho la muerte, pero no fue hasta que estaba en la universidad que entendí que esas eran víctimas de los paramilitares”, me confesó mientras comíamos milhoja en uno de sus restaurantes favoritos.
La historia de cómo Ían se muda del campo hacia Medellín inicia con su papá, a quien los doctores advirtieron que su salud corría riesgo si seguía trabajando en los cultivos. Eso, sumado a todo el contexto violento, impulsó a la familia a mudarse a la ciudad, a un barrio popular, donde su sustento se convirtió en una tienda de mercado.
Terminó de crecer en la capital de Antioquia. Sin embargo, aún no era del todo consciente de la realidad del país, aunque el murmullo de la violencia lo perseguía: su barrio era controlado por múltiples grupos al margen de la ley. “Hacía de todo en el colegio para pasar más tiempo ahí, cualquier actividad extracurricular servía”, explica Schnaida, enfatizando que así mantenía su mente y agenda ocupadas.
De pronto, bajo este contexto, se puede entender por qué Ían cofundó un medio de comunicación como La Oreja Roja. Ya que este tiene un propósito de hacer vigilancia a la política del país, contar las historias que no cualquiera se atrevería a contar y ser accesible para todo el público. Su origen, en 2014, se remonta a la época universitaria del periodista.
“Uno en la universidad hace muchos buenos proyectos que nunca se publican”, dice justificando la creación de La Oreja. Junto a Deisy Villalba, la otra cofundadora del medio, tuvieron la idea de hacer un periodismo abierto y democrático. Es decir, donde cualquier persona que quisiera escribir una columna o reportaje pudiera publicarlo sin necesidad de ser alguien de renombre.
Deisy e Ian llevan ya 16 años de amistad. Se conocieron en inducciones en la Universidad de Antioquia para la carrera que ambos iban a empezar a estudiar, Periodismo. “Todavía tenía cara de niño, divino, cachetón”, dice Villalba sobre la primera imagen que tuvo de Schnaida. Desde ese momento, han sido inseparables y se han podido acompañar en sus siguientes etapas en la vida, pero sobre todo desde ese proyecto que siempre los ha unido. “El minuto a minuto de una noticia no lo vas a encontrar en nuestras redes, no podemos competir con los periódicos tradicionales que tienen equipos de personas grandísimos. Vas a encontrar, en cambio, opinión, análisis e historias diversas”, dice Schnaida.
Esto último es crucial para entender el funcionamiento del medio, ya que no se maneja con una dinámica típica. De cierta manera, se puede entender que La Oreja ejerce un periodismo lento, aquel donde el contenido se demora en hacer y en consumir, puesto que demanda más tiempo.
Sin embargo, ejercer el periodismo independiente no es una tarea sencilla. Requiere de mucha pasión y compromiso con los lectores que depositan la confianza en el medio, y representa un reto para los periodistas en términos de financiación. Por eso, en La Oreja les permiten horarios de trabajo flexibles para que los columnistas puedan tener un segundo ingreso. Schnaida, por ejemplo, trabaja en agencias de publicidad y mercadeo cuando no está produciendo contenido para las redes sociales de La Oreja.
A pesar de haber vivido tantas etapas en Medellín: su adolescencia, la creación de La Oreja y sus primeros años de adultez, Schnaida tomó la decisión de mudarse. Actualmente reside feliz en Bogotá. “Medellín es como un pueblo —comenta riendo —. Un pueblo con metro”. Lo dice refiriéndose a la tradicional casta política en la ciudad, la manera en la que todos se conocen y la falta de tolerancia que aún hay.
Le mencioné que la capital sigue siendo, pese a todo, bastante brusca también. De todas maneras, él siente que es más amable y variada que la ciudad que lo vio crecer. “Bogotá me encanta”, insiste Schnaida. Se mudó junto a su pareja, César Nieves, hace un par de meses y planean quedarse.
Se conocieron a través de redes sociales hace mucho tiempo y, aunque mantuvieron su relación a distancia por un año entero, hoy en día son inseparables. “Ían me ha ayudado a ser mi mejor versión, ha estado en los buenos y no tan buenos momentos”, expresa Nieves.
Pero César no es lo único que Schnaida ama. Le apasiona, también, la literatura, y tiene un respeto inmenso por los animales. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, marcó su etapa universitaria, puesto que lo hizo dimensionar el conflicto armado colombiano e, incluso, su niñez en Barbosa.
De sus años en la finca en aquel municipio de Antioquia también se puede entender su profunda conexión con los demás seres vivos, ya que creció junto a ellos. Es cierto que no mantiene una dieta completamente vegana o vegetariana, pues cuando está en el trabajo de campo es difícil acceder a este tipo de comidas, pero en la cotidianidad de la ciudad sí evita el consumo de carne.
Su mudanza no solo fue un nuevo inicio en su vida personal, sino también profesional, como lo comenta Villalba: “Para mí el hecho de que él esté en Bogotá, lo veo como una gran ventaja. Nuestra comunidad en la capital es más fuerte que la de Medellín”. Esto es crucial para el medio, se presenta de una forma más accesible y tangible a su público capitalino.
Respecto a la mudanza del periodista a la capital, su fiel amiga comenta: “Yo sabía, yo siempre se lo dije: ‘Tú no eres un hombre de Medellín, esta no es tu ciudad’”. Y quizá tiene razón, el periodista se ve radiante en la capital, su nuevo hogar que lo ha acogido en este nuevo capítulo de su vida.
Al caer la tarde nos terminamos las milhojas y, con la llegada del frío abrumador de Bogotá, decidimos irnos. Pedimos la cuenta y salimos del café, cada uno rumbo a su casa. Le agradecí con sinceridad el espacio que me había regalado, pero Schnaida aseguró que, entre colegas periodistas, siempre nos ayudamos.
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