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10 de Octubre de 2025 12:30
Una mañana cualquiera en la Secretaría de Planeación de Tocancipá, Zulma Marcela Santos revisa los planos de una vía rural. Afuera, el tráfico se impacienta; adentro, ella piensa en los niños que pronto podrán llegar a la escuela sin hundirse en el barro. No es solo arquitecta ni funcionaria pública: es la mujer que ha hecho de la planeación un acto de cuidado.
Mide 1,69, es delgada, de tez blanca, cabello rubio a los hombros y rasgos finos: nariz respingada y una sonrisa amplia que ilumina el rostro. Prefiere vestir de manera elegante, casi siempre con tacones, y en la oficina es reconocible no solo por su estilo sobrio, sino también por el perfume discreto y la carpeta inseparable bajo el brazo. Quien la ve así quizá no imagine que detrás de su figura elegante hay una trayectoria de más de dos décadas en la función pública.
Nacida en Bogotá en 1977, donde también pasó su infancia, Zulma se graduó como arquitecta de la Universidad Piloto en el año 2000. Desde entonces ha dedicado su vida profesional a trabajar en distintas alcaldías de Cundinamarca, Chía, Villa Pinzón, Cajicá, La Calera, Zipaquirá y Tocancipá, siempre vinculada a proyectos de desarrollo urbano y comunitario. Desde el 1 de enero de 2024 ocupa el cargo de Secretaria de Planeación de Tocancipá, donde combina la técnica con una convicción personal: planear no solo espacios, sino también mejores condiciones de vida.
Su experiencia no ha pasado desapercibida. En 2010 recibió el Premio de Transparencia por Colombia, y en un libro especializado presentó un artículo sobre la transparencia en la función pública. Más tarde, en 2023, cuando trabajaba en Zipaquirá, vivió uno de sus mayores orgullos colectivos: la alcaldía fue reconocida como la mejor del país.
En casa, sus hijos completan el retrato íntimo. “Para mí, mi mamá es sinónimo de amor”, dice Santiago, el mayor. No la describe con tacones ni peinados impecables, sino como la mujer que ha estado en todas sus batallas, criándolo con “berraquera” y valores claros. Nicolás, el menor, agrega: “Todos los días pregunta cómo me fue, aunque llegue cansada de reuniones”. La serenidad que en la oficina se percibe como estrategia, ellos la ven en la mesa de la cocina o en la cama de su cuarto, el lugar favorito para las conversaciones que encogen los problemas.
Zulma Marcela responde con una sonrisa leve cuando se le pregunta por el estrés. “No me gusta quedarme en el problema… siempre hay otra solución”, asegura, como si hablara de mover un muro en un plano. Tal vez por eso, en el fondo de su bolso, junto a documentos, siempre hay maquillaje, celular y billetera: un kit de supervivencia listo para saltar de lo laboral a lo familiar sin perder el ritmo ni el tiempo, ya que es fundamental para su jornada. Esa mezcla de precisión y flexibilidad se ha convertido en su sello.
Hay escenas que permanecen en la memoria colectiva. El Día Blanco, por ejemplo, cuando la primera dama del municipio pidió regalos no para ella, sino para personas con discapacidad, Santiago recuerda a su madre moviendo cajas, sonriendo a desconocidos, coordinando entregas sin levantar la voz. “Ella da todo sin esperar nada a cambio”, dice. Marcela recuerda solo un instante: la entrega de una cama especial a un joven de 18 años, que debido a su discapacidad no podía pararse de ella. “Verle la cara… eso no se olvida”, confiesa con un temblor leve en la voz.
Sin embargo, no todas las jornadas han sido luminosas. En 2016, un derrumbe atrapó a una madre y a sus dos hijos en una vereda. Santos llegó al lugar en plena temporada invernal: barro hasta las rodillas, ropa empapada y frío calándole los huesos. Camilo, su esposo, recuerda esos días como los más agotadores. Ella, en cambio, se limita a decir: “Fue tenaz ver la forma como viven…”. Dos miradas distintas, una misma escena grabada en la memoria.
En Tocancipá, su huella no está en titulares, sino en obras que cambian rutinas: apartamentos de interés social, puentes peatonales, vías rurales. “Es una satisfacción muy grande ver cuando las familias logran tener su vivienda”, dice Marcela. Santiago lo traduce en: “es un orgullo ver a mi mamá ayudar a otros a cumplir sueños”. Su oficio, más que construir, parece tejer: cada hilo es una historia, cada nudo, una decisión tomada a tiempo.
Fuera del cargo, disfruta salir en moto con Camilo, conducir sin rumbo fijo con la música como brújula, viajar a su finca en Chocontá o compartir un café con amigas. Para ella no son pasatiempos, sino momentos: pausas necesarias después de semanas de planos y proyectos. Como si la carretera fuera su mejor línea recta y la lluvia, un recordatorio de que no todo se puede planificar.
Quienes la conocen también resaltan su forma de escuchar. No interrumpe ni llena silencios con frases hechas; mide cada palabra como mide los espacios antes de levantar un muro. Tal vez por eso, quienes le piden consejo no reciben solo una respuesta: se llevan una visión distinta.
Olga Lucía Heredia, quien ha compartido varios años de trabajo con ella en la Oficina de Planeación de Tocancipá, lo confirma: “La he visto crecer como persona y como profesional. Marcela se destaca en todos los ámbitos de su vida, siendo reconocida como una persona íntegra, comprometida y ejemplar. Es cercana, empática y solidaria; su calidad humana, su capacidad de escucha y el respeto hacia los demás le permiten construir relaciones basadas en la confianza. Como líder inspira, acompaña y reconoce el esfuerzo de su equipo, creando un ambiente de respeto y colaboración. Su sensibilidad social y compromiso con el bienestar colectivo hacen que su presencia deje huella en cada espacio donde participa”.
Al final del día, cuando cierra la carpeta y acomoda el bolso, Nicolás solo ve a su mamá regresando a casa. Pero para otros, es la mujer que ha convertido su vida en un plano vivo: uno en el que la escala no mide metros, sino voluntad y valentía. Y aunque el mundo corra sin mirar atrás, ella insiste en lo esencial: “Lo más importante no son las obras que se inauguran, sino las vidas que se transforman”.
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