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28 de Octubre de 2025 18:00
No llegó al escenario por casualidad: lo conquistó. Desde sus primeros pasos en la música y el teatro, Roxana Restrepo ha demostrado que el talento no basta: se necesita carácter, disciplina y una fe profunda en lo que se quiere lograr.
La nueva voz del legendario grupo de rock Kraken es una mujer dulce, cercana, pero también decidida y fuerte. Su historia está hecha de esfuerzo, pasión y una voz que no solo canta, sino que cuenta quién es. En el escenario, irradia una energía imposible de pasar por alto. Su cabello, largo y de un naranja encendido, parece una extensión del fuego que lleva en la voz.
Tiene una mirada firme, de esas que transmiten seguridad, pero también una ternura discreta que se asoma cuando sonríe. Suele vestir de negro, con cuero y detalles metálicos que evocan la potencia del rock, pero lo hace con elegancia, sin perder su toque femenino. Su figura es fuerte y su postura decidida, aunque quienes la conocen saben que detrás de esa imagen de mujer de acero hay alguien cercana y empática.
En la Colombia de los noventa, las portadas de los periódicos estaban manchadas de titulares sobre bombas, secuestros y sicarios. Las calles de Medellín y Bogotá se llenaban de grafitis, humo y miedo. En los barrios, los jóvenes crecían con el eco de los disparos como ruido de fondo. Sin embargo, en medio de esa oscuridad, el rock empezó a tener un papel inesperado: se convirtió en grito, en desahogo y en resistencia.
En Bogotá, muchas familias empezaron a reconocerse en esa corriente y a darle un lugar dentro de su cotidianidad. La ciudad se transformó en epicentro de agrupaciones como La Pestilencia, Neurosis o Darkness, que desde los bares y festivales, tejían un lenguaje propio. Junto a ellas, Kraken —aunque nacido en Medellín— encontró en la capital un escenario clave, llevando su mensaje de fuerza y resistencia más allá de lo musical. Con cada acorde y cada letra, esas bandas ayudaron a levantar algo más que un movimiento: empezaron a construir una identidad.
El rock entró en la vida de Roxana gracias a su madre, una mujer que escuchaba con la misma pasión a Led Zeppelin, Kiss o Marilyn Manson. “Ella no tenía problema con eso —recuerda— y, cuando yo tenía nueve años, compró el casete original de Antichrist Superstar. Mi mamá estaba muy friki, la amo, ella me mostró esta música”.
Ese vínculo inicial coincidió con sus primeros pasos en el colegio, cuando apenas tenía seis o siete años. Allí había talleres de todo tipo: máscaras, porras, sistemas… y música. “Al principio me fui por el taller de máscaras, pero veía a las niñas que salían a tocar batería en las congas y eso me llamó mucho la atención. Mi mamá siempre me apoyó y desde los siete añitos comencé a estar en el grupo de música del colegio”.
Su primera puerta fue la batería, aunque poco a poco el canto también empezó a ocupar un lugar en su vida. Participaba en los coros de las misas del colegio femenino donde estudiaba y allí descubrió que su voz tenía un peso distinto. Pero esa etapa también estuvo marcada por la soledad. “No tenía amigas y prefería irme a la sala de sistemas del colegio a escuchar música”, recuerda. Allí dejaba sonar a Mayhem, Nazareth o Cradle of Filth, ya que en esa época estaba más inclinada hacia el black metal. Esa rutina, confiesa, era su escape: “Sentía que me sanaba un poco del bullying que vivía”.
Ese mismo bullying fue el que terminó por marcar su salida del colegio. “Cuando empecé a cantar generé un poquito de envidia porque me gané todos los concursos. Siempre estaba por encima del estándar y eso no les gustaba a algunas compañeras”, recuerda. Frente a esto decidió cambiarse de institución. En el nuevo colegio el aire era distinto: conoció chicos que tenían bandas y eran “súper rockeros”, lo que la acercó de lleno al género.
Mientras estudiaba allí, un premio que había ganado en su antiguo colegio le abrió otra puerta: un curso en la escuela de música Fernando Sor, una de las instituciones más reconocidas de Bogotá. “Allá conocí músicos y quisieron formar una banda de covers de metal… ahí empecé a conocer el power metal y me encantó, porque era muy exigente vocalmente”.
Esa exigencia se convirtió en su nueva meta. Influenciada por Rhapsody o Sonata Arctica comenzó a moldear su estilo y a dar forma a sus primeros proyectos serios. Fue entonces cuando conoció a Camilo Tokia, guitarrista de Ursus, con quien fundó Nimloth, su primera banda estable. “Tendría como quince o dieciséis años. Íbamos a toques llenos de peludos malolientes — dice entre risas— y yo llegaba con mi mamá. Ella se disfrutaba los shows y me apoyaba siempre”.
Después de esas primeras bandas y de sus proyectos más personales, también exploró otros caminos: el teatro, los musicales y diferentes escenarios que la fueron moldeando como artista. Y aunque en ese entonces ella aún no lo sabía, entre esos covers que interpretaba en bares y con amigos ya estaba cantando canciones de Kraken, sin imaginar que, años más tarde, sería su propia voz la que lideraría a la legendaria banda.
La historia de Roxana tomó un giro después de la muerte de Elkin Ramírez, el “Titán” y fundador de Kraken. En ese momento, la agrupación estaba buscando cómo seguir adelante y honrar su legado. Justo ahí apareció ella, pero no en la mejor etapa de su vida: “Yo estaba en un proceso emocional muy raro. Había perdido a mi mamá, venía de una relación dependiente y musicalmente no pasaba nada… hasta me enfermé de la voz por exceso de rumba. Sentía que todo se estaba acabando para mí, que nada tenía sentido”.
Fue en medio de ese bajón cuando Andrés Arce, un amigo cercano de la banda y de Elkin, la llamó: “Mira, vamos a hacer unas audiciones para Kraken”. Ella, con la cabeza todavía en su tristeza, no lo tomó con la emoción que cualquiera imaginaría: “Yo estaba como en automático, sin esperar nada. Pensaba que iba a ser como en el colegio, que me iban a mirar y no escoger”.
En esa primera audición le pidieron clásicos como Lágrimas de fuego. Ella no se los sabía completos, así que terminaron tocando otros temas que sí dominaba. El ensayo fluyó, pero la decisión no fue inmediata. Primero, la invitaron a participar en los homenajes a Elkin, junto con otros cantantes de distintas ciudades. Eso fue clave: los músicos de Kraken no solo buscaban una voz, también necesitaban alguien con quien reconstruir una familia. Porque más allá del talento, lo importante era esa empatía, esa conexión que Elkin siempre tuvo con la gente. “Yo no tenía ambición de estar ahí, solo estaba fluyendo… disfrutando el momento sin pensar en reemplazarlo. En medio de mi depresión ya nada me sorprendía, pero igual la vida me estaba llevando.”
Hasta que un día le dijeron: “Queremos que hagas parte de la gira Sobre esta tierra”. Y ella, casi sin pensarlo, aceptó. “Fue raro porque yo no lo busqué. Simplemente me dejé ir de cabeza, como siempre lo he hecho con la música. Y ahí empezó todo.”
Desde entonces, su voz empezó a entrelazarse con la historia de la banda. El guitarrista Rubén Gélvez recuerda esos primeros ensayos donde Roxanna comenzó a ganarse su lugar: “La persona que siempre llegaba a los ensayos con las letras aprendidas, interiorizadas, que quiso sumergirse en el mensaje de Kraken, que preparaba con mucha disciplina lo que iba a decir entre canción y canción, justamente en el escenario, en nuestros conciertos, fue Roxana. Y supimos inmediatamente que ella era el integrante que necesitábamos.”
Hoy, Kraken es un grupo más unido que nunca. “Esa enseñanza de Elkin Ramírez la ha asimilado Roxana de la mejor manera. Convivir con ella en ensayos y giras es justamente lograr eso que Elkin tanto quiso, de lo que tanto se sintió contento al final de su vida: que fuéramos una familia, una banda. Así que nada mejor para nosotros, no podemos tener mejor fortuna”.
Para ella, estar al frente de Kraken no es solo un logro personal, sino una carga hermosa que la impulsa cada día. “Ahorita siento que es una responsabilidad con la banda, no bajar el estándar musical, seguir preparándome, mejorar siempre el discurso… para mí la preparación es súper importante, y ya lo demás empieza a fluir. Es una responsabilidad muy bonita”, cuenta.
Esa entrega no pasa desapercibida entre sus compañeros. Luis Ramírez, bajista e integrante histórico de la agrupación, la describe como “un ser humano integral”. Para él, su mayor fortaleza está en la combinación de talento y humanidad: “Ella siempre está en función de adaptarse, de colocar todo lo que tiene de sí para que las cosas salgan bien. No solo aporta su capacidad técnica como cantante, sino también su actitud para que todo fluya y estemos tranquilos, siempre pensando en mejorar”. Su presencia, dice, ha sido una lección para toda la banda, una manera de afrontar con calma y profesionalismo los retos que vienen.
Confiesa que al principio ser parte de Kraken le costaba más: lo veía como algo muy difícil, casi imposible de sostener. Sin embargo, hoy lo vive distinto. Más allá de la exigencia artística, lo entiende como un papel simbólico para las mujeres dentro del rock. “No es un secreto que ha sido difícil el camino para nosotras desde siempre. Pero hoy siento que Kraken fue pionera en esto: en poner a una mujer como sucesora de alguien que era un pilar, un hombre con una figura enorme, como Elkin”.
Su voz, entonces, no solo sostiene un legado: también abre la puerta a nuevas generaciones. “Es como abrirles camino a chicas nuevas, para que se empoderen, para que crean en sí mismas y hagan sus propios proyectos. Muchas no ven referentes cercanos, porque no hay muchas mujeres en estos escenarios. Por eso creo que lo que pasa aquí es tan importante”.
Los días de Roxana nunca son iguales. Entre ensayos con la banda, reuniones de prensa y asesorías, su agenda parece no tener pausas. Además, desde hace 14 años ejerce como pedagoga musical en la Academia Fernando Sor, un trabajo que ha marcado una parte importante de su vida. Allí no se enfoca en la enseñanza básica, sino en un nivel más profesional, acompañando a músicos que ya tienen recorrido y buscan perfeccionar su técnica. Este espacio, además de ser algo que disfruta profundamente, también le ha dado el sustento económico que le permite mantener su carrera artística.
Aun con tantas responsabilidades, siempre guarda un espacio para lo que considera vital: su rutina vocal. “Lo importante es dedicar al menos dos o tres horas, así sea para trabajar los agudos, la respiración o la técnica que en ese momento necesite”, explica.
Más allá del escenario, su vida se mueve en un equilibrio constante. Comparte su tiempo con su pareja, también músico, con quien ha aprendido a enfrentar el reto de coordinar agendas apretadas; con sus amistades más cercanas, algunas de más de ocho años y otras más recientes, pero igual de significativas; y con su perrita, que a sus once años superó una dura enfermedad de cáncer y hoy sigue siendo su gran compañía.
En su habitación, un cuadro de ella junto a su mascota recuerda a diario ese lazo especial. La imagen, en tonos rosados y blancos, refleja un lado más sensible y detallista, una “fina coquetería” que contrasta con la fuerza que proyecta en el escenario. Roxana confiesa que los colores son una manera de mediar lo que siente: los cambia de lugar o transforma detalles según su estado de ánimo. Porque, aunque muchos la asocian con la oscuridad del rock, ella también abraza lo tierno y lo cotidiano: el anime, los libros, las películas y las series que acompañan sus días.
En la actualidad, Roxana sigue dejando huella junto a su banda. En 2024 vivieron un momento especial en el escenario Bio de Rock al Parque, donde recibieron la acogida del público capitalino y presentaron canciones del álbum Kraken VII, el primero en el que su voz quedó inmortalizada con temas como “Hombre mito, hombre leyenda” y “Silencio del marfil”. Tras su gira en España, la agrupación emprendió uno de sus proyectos más ambiciosos: la gira conmemorativa de los 40 años de Kraken, un recorrido que ha servido no solo para reencontrarse con los seguidores más fieles, sino también para mostrar a las nuevas generaciones la vigencia de su legado.
Con el lema “Los pasos de Titán”, la gira se ha convertido en un homenaje vivo a Elkin Ramírez, cuyo espíritu sigue presente en cada escenario. El videoclip del mismo nombre se lanzó como una pieza simbólica para mantener su memoria, al tiempo que reafirma la fuerza de la banda en la actualidad. Hasta ahora, el tour ha pasado por ciudades como Cali, Bogotá y Armenia, y continúa con fechas próximas en Bucaramanga y Montería, donde la agrupación sigue demostrando que el mito de Kraken no se apaga, sino que se renueva.
Para ella, ser parte de esta gira no es solo un logro profesional, sino también un compromiso emocional: honrar la historia de Kraken, mantener viva la voz de Elkin y aportar su propio sello en este capítulo de la banda. Hoy se encuentra en ese camino de seguir perfeccionándose y de darlo todo en el escenario, buscando siempre la manera de cumplir sus sueños. Larga vida al “Titan” y grande Kraken con Roxana.

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