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30 de Octubre de 2025 16:00
En medio del bullicio de una Bogotá ochentera, un niño de ojos vivaces y sonrisa pícara no encontraba descanso. Mientras otros se distraían con videojuegos, él descargaba su energía en un pequeño teclado de juguete. Cada tecla era un mundo nuevo, un ruido convertido en juego, un sonido transformado en refugio. Ese niño era Diego Cáceres, hoy pianista de The Mills, compositor para marcas globales y primer colombiano en escribir música para Marvel. “Era un niño superasocial, no tenía videojuegos, entonces me la pasaba con ese tecladito, haciendo sonidos, haciendo ruidos”, recuerda Diego. Su madre, Amparo, lo describe como un hijo “hiperactivo, perseverante y carismático”, rasgos que aún conserva.
Ver a Diego hoy es como escuchar una melodía en movimiento: una mezcla de intensidad y cercanía. Su figura alta y delgada se completa con un cabello castaño que nunca parece quedarse en orden, como si siempre viniera de un ensayo. En sus ojos marrones vive la misma chispa del niño curioso que un día descubrió un tecladito de juguete. Y en sus manos —largas, ágiles, precisas— habita el verdadero relato: dedos que operan como cirujanos, pero laten como músicos.
La diversidad cultural de Bogotá fue terreno fértil para su sensibilidad. Creció en un hogar sólido, con padres y hermanos mayores que lo apoyaron en cada paso. Estudió música en la Universidad Javeriana, donde inició en jazz, pero encontró su camino cuando decidió salirse: “Yo admiraba mucho el jazz, pero no era mi lenguaje. Me sentía bloqueado. Cuando dejé esa carrera entendí que la música podía abrirse a muchos más caminos”, explica.
A los quince años descubrió el piano y, apenas tres años después, ya compartía escenario con algunos de los mejores músicos de rock del país. De esa efervescencia nació The Mills. “Éramos un grupo de amigos que quería sonar distinto. De repente estábamos en festivales gigantes y entendimos que lo que hacíamos conectaba con la gente. Para mí The Mills es familia, es la muestra de que cuando crees en algo y trabajas con disciplina, los sueños se cumplen”, cuenta Diego.
Con la banda ha pisado escenarios en Colombia, México, Argentina y ahora prepara una gira por España, consolidándose como una de las agrupaciones más importantes del pop rock colombiano.
Paralelo a la banda, Diego consolidó una carrera en publicidad, creando identidades sonoras para marcas como Gatorade, Wingos, Bimbo, Oreo y Bancolombia. Su música no solo acompañaba comerciales: los convertía en experiencias que se quedaban en la memoria del espectador. “El reto es darle una identidad a cada marca, que la recuerdes por cómo suena”, explica.
Su mejor amigo, el productor Edgar Cortés, lo define como “el absoluto máster en presión”: alguien capaz de entregar audios a las tres de la mañana sin perder el buen humor. Esa mezcla de velocidad y sensibilidad lo convirtió en pieza clave de la industria creativa.
En 2022 llegó un giro de película: un mensaje de WhatsApp de Silvia Prietov, directora de la productora Lucy Animation Studio, quien lo invitaba a trabajar en una cinta animada de Marvel. Aceptó la propuesta y lo que inició como un encargo técnico terminó convirtiéndose en algo mayor. “Al comienzo iba a hacer solo mezcla y diseño de audio, pero no me convencía la música que tenían y pregunté si podía proponer algo. Cuando la escucharon, les encantó y al final terminé componiendo la pieza completa. Me sentí super honrado”, recuerda Diego.
Ese mismo año recibió el Premio India Catalina a mejor música original. “Fue uno de los días más felices de mi vida —dice—, pero a la siguiente mañana estaba trabajando igual de 8:00 a.m. a 6:00 p.m. Los premios son lindos, pero no te cambian la vida: lo que importa es seguir creando”.
Los logros más grandes de Diego no siempre se miden en premios. En 2016, tras el desalojo del Bronx en Bogotá, lideró junto a la Fundación Ana un proyecto de reintegración social a través de la música. “Fuimos a cantar y los muchachos se subieron a la tarima a cantar con nosotros. Vi un potencial enorme. Así empezamos a darles clases los sábados en el Hard Rock. La música les abrió otro camino: algunos después trabajaron como meseros, otros en restaurantes, y eso fue muy lindo”, relata.
La experiencia se nutrió de lo que había aprendido años antes en Alemania, cuando ganó una beca internacional para proyectos sociales con música. Allí, en 2012, trabajó con jóvenes refugiados y en entornos violentos. “La música une lo que todo lo demás desune”, afirma con convicción.
Diego sigue siendo el mismo muchacho inquieto que buscaba sonidos en un teclado de juguete. Su madre lo describe como noble, sus amigos lo ven como un hermano incondicional, y él se define con una sola palabra: curioso. Cuando le preguntan qué le gustaría dejar al final, responde sin titubear: “Que la gente sepa que sí se puede vivir del arte y de lo que amas, si trabajas con disciplina. Y cuando se apague el último piano, lo único que quiero que quede en el aire es una sonrisa”.
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