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26 de Noviembre de 2025 14:10
El arte como la excusa para conmemorar, recordar y visibilizar el dolor de algunos, a través de la historia, mantiene vivos a quienes han sido retratados. Armero, la tragedia que impactó a Colombia hace 40 años, aún es recordada por cada uno de los colombianos que escucharon ese 13 de noviembre de 1985, “Armero ha caído”.
“Ningún lugar a dónde ir” es la exposición artística audiovisual, presentada en la Galería Santa Fe en Bogotá, desde el 13 de noviembre de 2025 al 11 de enero de 2026, que busca recordar a todos los niños y niñas que desaparecieron en la tragedia de Armero, a sus padres y madres que aún los buscan como niños. “En esta pieza, el espectador se va a poder dar cuenta del vínculo que tenemos con Armero y cómo con todos los niños que están siendo buscados”, afirma Lindy Márquez, cocreadora de la exposición.
Azul y Lindy Márquez, las hermanas artistas a las que llaman “Las gemelas Armero”, aunque en realidad nunca lo conocieron; el día que nacieron siendo bebés prematuras con seis meses, Armero estaba desapareciendo. Ellas en su cumpleaños no cantan ni celebran, porque ven ese día como algo solemne. Según la artista Lindy Márquez, por las enseñanzas de sus padres, tienen una forma de recordar a las casi 25.000 personas que murieron en esta tragedia. “Ese día era muy solemne, íbamos a misa, hablábamos por los que no estaban, por los que ni siquiera conocíamos, pero sentíamos cercanos”.
Leonardo…William…Juan Carlos…Diana…Fernando…Ingrid… Estos son algunos de los nombres de los aproximadamente 500 niños y niñas que, según la Fundación Armando Armero, sobrevivieron y desaparecieron después de la catástrofe, que se escuchan como cantos al iniciar el recorrido por la exposición.
La obra se centra en los niños y niñas que aún sus familias llaman y buscan por sus nombres. Sin embargo, las únicas niñas que vemos están en solo una pieza del recorrido; son a Azul y Lindy Márquez en los videos de su infancia, que fue marcada por este hecho. La obra está dividida en un recorrido de tres momentos; comienza con los nombres, lamentos que casi se pueden confundir con cantos que buscan entre la niebla; como dice la autora, “es un grito desesperado, pero que nadie oye”; dos videos, en pantallas que son reflejadas en el agua que está frente a ellas, de las artistas llamando a quienes su nombre hace eco por toda la habitación. Y un televisor que cuenta la historia del nacimiento de las artistas y su relación con la tragedia.
La segunda habitación equivale al segundo acto, y se ve en la pantalla un campo de algodón, que la autora explica así: “entonces replicamos el gesto de arrodillarnos y en este gesto audiovisual lo que hacemos es convertir las cruces en flores de algodón, porque Armero fue un territorio muy próspero por el algodón”. El algodón simboliza el renacer. "Sí nos podemos poner en un lugar, que es en el lugar de los padres y de quien espera, no es que les vamos a dar consuelo, pero sí estamos del lado de ellos”.
Quizá este espacio, para algunos sin un recorrido guiado, puede resultar confuso, en algunas partes del recorrido se necesita de una explicación más profunda para recordar que se está hablando de los niños, ya que a simple vista los niños no están tan presentes. Tal vez unos juguetes en los escenarios pudieron ser los elementos faltantes que nos recordaran que los nombres que se repiten una y otra vez son de quienes alguna vez fueron niños y su infancia quedó en aquella erupción.
El tercer acto está al cruzar las cortinas, la última parte de la exposición en la que finalmente hay luz y con ella, dos máquinas de escribir con hojas que las sobrepasan. En estas máquinas se invita a los y las visitantes a escribirles una carta a todos esos niños, de los que es necesario recordar y reconocer sus nombres.
Una trabajadora del equipo de mediación de la Galería Santa Fe, cuyo nombre se mantiene en anonimato por su solicitud directa, recalca la importancia del renombre: “Realmente las familias de estos más de 500 niños que se encuentran desaparecidos no tienen evidencia de si murieron, si sobrevivieron. Su nombre es lo único que aún permite que sus familias sigan aferrándose a algo. Porque como hay renombre no hay olvido y como no hay olvido no hay muerte”.
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