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28 de Septiembre de 2025 09:00
Cada mañana, Catalina, una joven de 21 años despierta con un ritual: rodea su muñeca con dos dedos para comprobar cuánto ‘sobra’. El espejo la observa como un juez implacable. El reloj marca las 4:00 a.m., y ella está ya corriendo seis kilómetros, quemando calorías que nunca serán suficientes. A las 5:00 a.m., el gimnasio. Al mediodía, ya tiene hambre, pues no ha comido nada desde la noche anterior. Y en la fila de la cafetería, la frase de unos compañeros: “¡Mariana está gorda!, se descuidó en vacaciones”. No hablan de ella, pero la frase le atraviesa como un cuchillo. Entonces abre Instagram: cuerpos irreales, vidas editadas, likes convertidos en moneda de validación. Entre filtros y comentarios, la enfermedad avanza en silencio.
En Colombia, uno de cada cinco jóvenes convive con síntomas de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Ocho de cada diez nunca llegan a consulta. No es un capricho adolescente: es una epidemia silenciosa. Y aquí la contradicción incómoda: durante años repetimos que los TCA no tienen nada que ver con la vanidad. Pero, ¿de verdad es así?
No es la vanidad individual lo que enferma a Catalina o Daniela. Es la vanidad colectiva, fabricada por algoritmos, publicaciones y comentarios que glorifican el cuerpo perfecto, romantizan la delgadez y condenan cualquier diferencia. Tu valor no cabe en una talla. No es el adolescente el que inventa el deseo de encajar: es la sociedad entera, la que le enseña, que fuera de cierto molde no hay aceptación.
Daniela Méndez, de 23 años de edad, lo vivió en carne propia: “sabía que muchas fotos estaban editadas, pero igual sentía que tenía que cumplir ese estándar para valer como persona”. Y no es la única. Merari Dussan, es una chica de 24 años y recuerda que, con apenas 12 años, un familiar, al ver su aspecto físico, le sugirió hacerse una cirugía. Años más tarde, enfrentó estos estigmas incluso en centros médicos donde esperaba ayuda. “Todo lo explicaban con un ‘estás gorda’, incluso cuando mi problema era mucho más complejo”. La gordofobia y la crítica destructiva disfrazada de consejo son violencia.
Las cifras lo dicen todo: menos del 20% de los jóvenes que padecen síntomas de TCA, logra atención especializada. Una consulta de nutrición cuesta aproximadamente 150mil pesos; una de psiquiatría hasta 300 mil. Para la mayoría, recuperarse de esta enfermedad es un lujo. Daniela recuerda cuando se desplomó en la universidad por no haber comido en todo un día: buscó ayuda, pero tuvo que abandonar la terapia por los costos.
En junio de 2025, Colombia emitió la Ley 2460 de Salud Mental, un avance necesario que fortalece la atención en psiquiatría, psicología y la prevención del estigma. Sin embargo, la norma no menciona de forma explícita los trastornos de la conducta alimentaria. Y ahí está el vacío: los TCA requieren un enfoque particular porque mezclan lo físico, lo mental y lo social. Sin políticas específicas que los nombren, el riesgo es que sigan invisibles, en un sistema que ya de por sí no alcanza a cubrir la demanda.
Paola, nutricionista clínica, advierte que el problema va más allá de las pantallas: “si hago ejercicio es para bajar de peso, si como saludable es para bajar de peso. Hemos reducido el bienestar a la obsesión con la talla. Y eso aumenta el riesgo de un TCA. Necesitamos orientar la conversación hacia la salud física y mental, no hacia los kilos”.
El espejo se volvió un filtro roto que deforma. Y los comentarios sobre el cuerpo son como notificaciones que no pueden silenciarse. Los likes no son amor, los filtros no son realidad. El algoritmo no es tu amigo.
Entonces, ¿de qué sirve tener estadísticas si seguimos minimizando el dolor con frases como ‘es moda’ o ‘es vanidad’? Esa narrativa no solo hiere, retrasa diagnósticos, aísla a los pacientes y convierte la recuperación en un camino cuesta arriba.
Pero, pido resignificar la vanidad. Pienso que no es un accesorio superficial de adolescentes. Un sistema entero obsesionado culturalmente con exigencias imposibles, y una apariencia de tendencia que termina siendo enfermedad. Por eso hay que preguntarnos: ¿cuántos de nosotros hemos borrado una foto porque no encajaba en el estándar de Instagram? ¿Qué pasaría si cuidáramos la mente con la misma obsesión con la que cuidamos la talla?
La cultura fitness tóxica funciona como un juego sin final, donde nunca se gana. Y mientras tanto, el sistema de salud colombiano sigue ausente: sin campañas de prevención, sin diagnóstico temprano, sin equipos interdisciplinarios accesibles. Lo que debería ser un derecho termina siendo un lujo que solo pocos pueden pagar.
Catalina sigue midiéndose la muñeca. Daniela aún recuerda el desmayo en plena universidad. Merari todavía carga la rabia de médicos que nunca la escucharon. No son historias aisladas: son los rostros de una crisis que disfrazamos de elección personal.
Y aquí la confesión incómoda: yo también soy víctima de un TCA. Y aunque sé que es una enfermedad, también me doy cuenta de que nace de la vanidad de querer encajar en un estándar. Esa es la trampa más cruel: enfermar para alcanzar un ideal inexistente.
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