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30 de Septiembre de 2025 11:08
La matanza indiscriminada de los animales podría decirse que hace parte de nuestro ADN social. Sin embargo, es crucial entender su verdadero impacto y por qué existe una tendencia discriminatoria hacia los animales no humanos.
“Los animales son la materia prima de todo en la industria. Uno mira nuestras sociedades y están construidas sobre la explotación de los más indefensos”, señala la senadora animalista Andrea Padilla. En Colombia, son la principal mercancía a través de sus subproductos como lo son la harina de carne y derivados directos como carne, cuero y leche.
Cuando se habla de explotación de seres vivos, esta práctica ha estado normalizada y justificada históricamente como algo que era correcto o que tenía que hacerse. En el mundo de los animales, estos argumentos no están alejados de su realidad. Solo en el segundo trimestre de 2025, los sacrificios han aumentado un 6.3% con respecto al mismo trimestre de 2024. Durante el segundo trimestre de este año, han sacrificado 827.091 cabezas de ganado vacuno, según un informe del DANE.
Puede que al leer estas cifras no sienta mayor impacto; no tenemos una conexión real con la muerte de estos animales. La industria se ha encargado de que la normalicemos lo suficiente como para que la cifra de 827.091 animales sacrificados no resulte preocupante; no porque seamos insensibles, sino porque únicamente entendemos la muerte, su peso y significado cuando hay un vínculo afectivo de por medio.
Si cambiamos el nombre de la especie dentro de los datos, y en lugar de ‘ganado vacuno’ lo sustituimos por ‘perros’, ‘gatos’ o incluso ‘personas’... El impacto que estos datos tendrían en la gente sería completamente diferente. Alguien alzaría la voz por estas muertes; se reconocerían como un problema, y está bien, porque ninguna muerte debería ser considerada como algo ‘normal’. Cuando hacemos este ejercicio, es una muestra de lo que es el especismo y de cómo se encarga de la jerarquización de las especies, dando mayor o menor valor y relevancia a unas sobre otras; la clásica creencia en la que los humanos dominamos y no somos parte de la naturaleza.
Podemos entender el especismo de la misma manera que entendemos el racismo o el machismo: como formas de discriminación en la que unos individuos valen más que otros y esto justifica sus privilegios. En el caso del especismo, esta discriminación va dirigida hacia animales no humanos. ¿Por qué nos indigna la muerte violenta de un perro a manos de un humano, y no la de una vaca? La diferencia no está en su capacidad de sufrir, sino en el valor que les asignamos.
Que la muerte de ciertos animales sea justificada y normalizada bajo vagos argumentos como ‘solo son animales’, ‘los leones también matan’ o, inclusive una más preocupante, ‘ellos no sienten’ nos da indicios de los problemas que a simple vista se esconden o que quizás decidimos ignorar, como lo son la desconexión ambiental, el especismo y la peligrosa indiferencia.
“Con el maltrato sistemático que cometemos en nuestra sociedad, al final del día estoy convencido de que esa desconexión, ese maltrato a otros seres vivos, a otros seres sintientes, está terminando poco a poco por cavar un hoyo a nuestra propia especie y a nuestra civilización”, afirma el periodista ambiental Nicolás Ibarguen. Detrás de esta normalización queda la huella que dejamos en el planeta, en el que además entendemos a los animales como algo que podemos poseer.
Debemos reconocernos como parte de la naturaleza; somos animales humanos, pero al fin y al cabo animales. Debemos aceptar que no somos superiores; reconocer que existe un problema; que esta industrialización y explotación es insostenible; no solo porque necesitamos deforestar más territorio para poder cultivar el alimento de los animales que después nos vamos a comer. Porque todo hace parte de un ciclo de violencia en el que unos son privilegiados y otros explotados: racismo, especismo y machismo, todo es parte del mismo sistema. ¿Y si quitamos a los animales de la cadena de producción?
Según el autor y activista antiespecista, Carlos Crespo, en uno de sus artículos de investigación, cuando comenzamos a encerrar a algunas especies en corrales con el fin de disponer de alimentos de manera continua, marcamos el inicio de la explotación animal de manera sistemática. Para poder comprender a fondo la cadena y cómo la construimos, es necesario mirar hacia atrás y ver el origen de lo que hoy es la industria de las carnes.
Para el filósofo Peter Singer, en su libro, destaca que, para algunas personas, la forma más directa de contacto con animales no humanos es en el plato. Es curioso cómo consumimos proteína animal, pero al mismo tiempo nos emocionamos al ver una vaca pastar o a un pez nadar. Nos hemos acostumbrado tanto a verlos sin vida que, al encontrarlos vivos y libres, la experiencia resulta sorprendente. Si dejáramos de normalizar estas muertes y su consumo, la historia sería diferente.
Dejaríamos de cerrar los ojos ante la violencia hacia estos seres sintientes; seríamos conscientes de lo que consumimos y del enorme impacto que esto tiene no solo en la vida que se arrebata, sino también en nuestro propio planeta. Según la ONU, los alimentos de origen animal son una de las principales causas del cambio climático.
“En la medida en que desconozcamos lo que ocurre con los animales, así como desconocemos lo que ocurre con tantos grupos humanos que son exterminados, se favorece la indiferencia”, advierte la senadora Padilla. “Creo que no tomar partido le sirve más al opresor que al oprimido o al explotado”.
Es indispensable que estemos dispuestos a conocer lo que hay detrás: sobreexplotación y violencia indiscriminada, para romper este círculo. Dejemos de alimentar con nuestra indiferencia un sistema cruel, en el que seguimos siendo el único animal que mata sin razón: matamos por lujo, por diversión, por deporte, por cultura... ¿En algún punto podremos llegar a ser más humanos?
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