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24 de Abril de 2025 00:00
Sin regulación y compromiso por parte de los gobiernos, la IA podría convertirse en un acelerador de la crisis climática.
Cuando preguntamos a ChatGPT sobre su impacto ambiental, su respuesta suele ser diplomática: reconoce que la inteligencia artificial consume energía y que los centros de datos requieren recursos significativos, pero evita profundizar en la magnitud del problema. No menciona, por ejemplo, que su entrenamiento generó más de 550 toneladas de CO₂ o que su uso diario equivale a las emisiones de cientos de vehículos. Tampoco destaca que la IA necesita millones de litros de agua para mantenerse operativa.
Esta falta de transparencia no es accidental. Las empresas tecnológicas que desarrollan inteligencia artificial tienen un interés evidente en resaltar sus beneficios sin exponer los costos ambientales. Mientras el debate público se centra en los avances de la IA y su potencial para transformar industrias, poco se habla de la infraestructura que la sostiene y de su creciente impacto ecológico.
Si ChatGPT respondiera con absoluta franqueza, diría algo mucho más inquietante: "Cada palabra que lees aquí tiene un costo ambiental. Cada consulta es un pequeño paso hacia el aumento de la huella de carbono. Y, sin un uso responsable, la inteligencia artificial podría convertirse en un acelerador del colapso ecológico”.
Desde su lanzamiento en mayo de 2020, ChatGPT se ha convertido para muchas personas en una herramienta indispensable, capaz de resolver prácticamente cualquier problema que podamos imaginar. No hay duda de que su uso nos facilita la vida de innumerables maneras. Sin embargo, cada interacción, por pequeña que parezca, contribuye al impacto ecológico de la infraestructura tecnológica que lo hace posible.
A lo largo de la historia cada avance tecnológico ha traído progreso, pero también un impacto ambiental significativo. Los automóviles, responsables de cerca del 20% de las emisiones de CO₂ en EE. UU., generan contaminación del aire y afectan la salud pública. La fabricación de computadoras y teléfonos consume enormes cantidades de recursos y produce residuos tóxicos difíciles de gestionar.
Pero, Peng Wang, investigador del Instituto de Medio Ambiente Urbano de la Academia China de las Ciencias, argumenta que no todas las tecnologías tienen el mismo impacto. Wang y su equipo basaron sus cálculos en el servidor Nvidia DGX H100 de 2023, que cuenta con ocho unidades GPU, que es considerado el estándar en procesamiento de inteligencia artificial. Estos servidores requieren una capacidad de cómputo mucho mayor que la de otros programas en línea, lo que explica su alto consumo energético.
Contrario a lo que muchos piensan, ChatGPT no “sabe” todas las respuestas. Cada vez que alguien escribe un mensaje, el sistema debe buscar información en bases de datos masivas para generar una respuesta en tiempo real. Y aquí es donde la cuestión se vuelve preocupante: esta conexión constante entre servidores y centros de datos no solo implica un consumo energético descomunal, sino que lo hace de manera ininterrumpida, las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
Cada respuesta de 100 palabras consume 0,14 kWh, suficiente para mantener encendidas 14 bombillas LED durante una hora. Aunque parece poco, cuando se multiplica por millones de usuarios diarios, el consumo energético se dispara. El entrenamiento de GPT-3 requirió unos 1.287 megavatios hora (MWh) de electricidad, lo que generó más de 550 toneladas de CO₂. Para ponerlo en perspectiva, esto equivale a las emisiones anuales de 123 autos de gasolina, según estimaciones de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU., que calcula que un vehículo promedio emite alrededor de 4,6 toneladas de CO₂ al año.
Como bien señala Moisés Limia, investigador en comunicación, periodismo digital e inteligencia artificial, el elevado consumo energético de estos softwares tiene serias consecuencias. Para evitar el sobrecalentamiento, estos servidores requieren sistemas de refrigeración que, a su vez, dependen en gran medida del agua. Sí, del mismo recurso que escasea en tantas regiones del mundo. La IA, entonces, no solo consume electricidad a niveles exorbitantes, sino que además necesita millones de litros de agua para mantenerse operativa.
Para detallarlo de una manera más gráfica, el consumo de agua de ChatGPT es una crisis silenciosa: si solo el 10% de la población activa de Colombia lo usara una vez por semana, gastaría 65 millones de litros al año, suficiente para abastecer a toda La Guajira por más de un día, donde miles de personas sufren por la falta de agua. En ciudades como Santa Marta o Ibagué, esa cantidad equivale a la mitad del consumo diario de toda la población. Mientras comunidades enteras racionan cada gota, la inteligencia artificial sigue drenando recursos esenciales. ¿Verdaderamente estamos dispuestos a pagar este precio por la tecnología?
Entonces, ¿qué se puede hacer al respecto? ¿Quién es el responsable de esta crisis inevitable? Expertos como Andrés Torres, científico de datos en la Secretaría Distrital de Seguridad, Convivencia y Justicia de Bogotá, e Iván Hincapié, fundador y director de Marketing Operations en Coordenadas, enfatizan que la regulación de una inteligencia artificial más sostenible debe ser liderada por los gobiernos. Si bien individuos y empresas tienen cierta responsabilidad, solo los Estados poseen la capacidad real de establecer normativas que equilibren el avance tecnológico con la sostenibilidad ambiental y social.
Los gobiernos pueden incentivar a las empresas a adoptar prácticas más sostenibles en sus centros de datos, promoviendo el uso de energías renovables y la compensación de su huella de carbono. Además, deberían incorporar la regulación de la inteligencia artificial dentro de sus marcos normativos ambientales más amplios.
Es inaceptable que los estados, con el poder legislativo y regulador a su disposición, sigan actuando como meros espectadores de una transformación tecnológica que impacta a millones de personas. Si no intervienen de manera contundente, la inteligencia artificial seguirá siendo un instrumento de explotación de recursos y concentración de poder, en lugar de un avance para el bienestar colectivo.
Así que sí, sigamos disfrutando de la comodidad de la IA mientras podamos. Después de todo, ¿qué importa un poco más de calentamiento global cuando a cambio evitamos la molestia de escribir un correo?
La opinión del autor no representa la posición del medio.
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