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1 de Diciembre de 2025 10:10
Lumina llegó a Bogotá envuelto en expectativa: un nuevo espacio cultural que prometía fusionar cine, arte, arquitectura y gastronomía en una misma experiencia sensorial. Desde fuera, cualquier visitante entiende por qué ha generado tanta conversación. Su diseño minimalista, los juegos de luz que expanden la sensación de amplitud y la estética de cada rincón lo posicionan como el proyecto cultural más llamativo del año en la ciudad. Sin embargo, entre todo ese brillo emerge un contraste difícil de ignorar: la experiencia gastronómica no está a la altura del lugar ni de su promesa.
La contradicción aparece desde el primer recorrido. Lumina está claramente pensado para que la gente permanezca allí durante horas: salas cómodas, mesas amplias, zonas de espera diseñadas para quedarse, tomar fotos, compartir, conversar. Y sin embargo, la oferta culinaria —algo limitada y sorprendentemente escasa en porciones— parece diseñada para que el visitante se vaya antes de tiempo. Este desequilibrio no pasa desapercibido para quienes conocen el funcionamiento de los espacios culturales contemporáneos. Según Nadja Márquez, experta interiorista, “la gastronomía ya no es un complemento: es parte del relato del lugar. Cuando esa parte falla, se rompe la experiencia completa”. Su comentario sintetiza el choque central de Lumina: un espacio impecable, interrumpido por una oferta gastronómica que no encaja con su nivel.
La reportería en terreno lo confirma. Las preparaciones, visualmente atractivas, llegan a la mesa en cantidades reducidas que sorprenden incluso a quienes están acostumbrados a restaurantes de alta gama. Un café que en cuanto a calidad es lo mismo que en las salas tradicionales de Cine Colombia, pero en cuanto a precio se triplica; unas tostadas que parecen más apropiadas como entrada que como plato fuerte; un bagel que, aunque bien presentado, no justifica su precio en relación con el tamaño. El resultado es una sensación compartida entre los asistentes: el lugar es hermoso, sí, pero la comida no genera satisfacción real.
Esta percepción también la comparte Daniel Jaramillo, delegado de la Alcaldía de Usaquén. En conversación para esta crítica afirmó: “Los espacios culturales viven del tiempo que la gente pasa dentro, no solo de lo que ven o consumen. Si la comida está sobrevalorada, la gente se va. Cuando se van rápido, el espacio pierde vida y pierde sentido”. Su observación revela el impacto que, más allá de lo gastronómico, tiene esta falla para el proyecto a largo plazo. No es solo un problema de precio o porción: es un problema estructural en un lugar cuyo éxito depende precisamente de la permanencia del público.
El contraste se siente aún más fuerte porque todo lo demás en Lumina funciona. La atención es amable, los espacios están calculados para generar un efecto inmersivo y las salas logran crear una transición fluida entre zonas sin perder coherencia estética. La iluminación, tanto artificial como natural, está diseñada para realzar los colores de las instalaciones audiovisuales y, al mismo tiempo, crear atmósferas distintas según el recorrido.
A pocos meses de su estreno, Lumina se considera como uno de los proyectos culturales más sorprendentes que ha llegado a Bogotá en los últimos años: moderno, luminoso, cuidadosamente diseñado y con la intención clara de convertirse en un punto de encuentro entre cine, arte y vida social.
Sin embargo, esa misma ambición hace más evidente la incoherencia de su oferta gastronómica. La comida, costosa y poco satisfactoria, interrumpe la experiencia y contradice la idea de que el visitante pueda pasar allí varias horas sin incomodidades.
Si Lumina aspira a consolidarse como un verdadero centro cultural vivo —y no solo como un edificio espectacular— necesita revisar con urgencia su modelo gastronómico: ajustar porciones y equilibrar precios. Con esos cambios, podría convertirse en el destino cultural completo que promete. Por ahora, sigue siendo un lugar brillante y sorprendente, pero sin consolidar la parte más cotidiana de la experiencia: sentarse a comer.
Ficha técnica
Nombre: Lumina – Centro Cultural y Cinematográfico
Año de apertura: 2024
Dueños: Proyecto desarrollado por Cine Colombia, en alianza con socios del sector cultural y arquitectónico (estructura corporativa no divulgada públicamente).
Platos insignia: Greek Toast, New York Bagel, Nordic Toast, bowls de fruta y café de especialidad.
Precios: Entradas a cine desde 45.000 COP. Platos de desayuno y brunch desde 30.000 hasta 45.000 COP (porciones pequeñas; precios altos para el promedio bogotano).
Tipo de cocina: Brunch contemporáneo / cafetería gourmet.
Aforo: Aproximadamente 450 personas (entre salas, zonas comunes y rooftop).
Ubicación: Calle 114 N° 6A-92, Bogotá, Colombia.
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