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29 de Abril de 2025 00:00
Hoy no solo es el público quien decide qué canciones triunfan, sino los sistemas de recomendación en TikTok y Spotify.
Estos medios han pasado de ser un servicio para quienes consumen música a convertirse en una especie de productores de la música contemporánea. Es inevitable pensar: ¿Estamos ante una era dorada del acceso musical o ante la homogeneización de la industria? Si una canción se vuelve viral en TikTok, es casi seguro que cientos de artistas intentarán replicar su fórmula.
El dominio de los algoritmos en la industria musical ha estandarizado la producción de canciones, limitando la diversidad creativa y fomentando una oferta monótona donde la originalidad cede ante la rentabilidad de los patrones virales. Lo que antes era un espacio de exploración sonora y evolución artística, ahora se rige por métricas de reproducción y retención de audiencia. En este contexto, las disqueras y los artistas ya no solo compiten por talento o creatividad, sino por la capacidad de encajar en un molde.
En primera instancia, la diversidad sonora ha sido reemplazada por la estandarización del sonido. Anteriormente, los artistas necesitaban inversionistas y una disquera, ahora cualquiera puede subir su música con distribuidoras digitales de internet. “Sin embargo, esto no significa mayor diversidad, sino más competencia por encajar en los estándares del algoritmo”, explica Julián Rojas, productor musical que ha trabajado con artistas como Maluma, Sebastián Yatra y Monsieur Periné.
Las canciones se crean bajo la “estructura Billboard”, diseñada para maximizar reproducciones. El puente, clave en la evolución de un tema, ha quedado relegado, al igual que los solos instrumentales de guitarra, piano o batería, pues el oyente ya no busca el virtuosísimo del músico, sino consumir rápidamente una canción para determinar rápidamente si es de su agrado o no.
En segunda instancia, el streaming ha transformado la duración y el consumo de la música. Según el periódico La Vanguardia, las plataformas priorizan canciones cortas y digeribles que capturan rápidamente la atención. En los 2000, los éxitos solían durar entre 6 y 8 minutos, como Stairway to Heaven de Led Zeppelin (8:02) o Hey Jude de The Beatles (7:11). Actualmente, las canciones en el Top 100 de Billboard duran entre 2:30 y 4 minutos, como Old Town Road de Lil Nas X (1:53) o Flowers de Miley Cyrus (3:22).
TikTok ha acelerado esta tendencia al fragmentar la música en clips de 15 a 30 segundos. Justo aquí entra el debate donde los artistas y los productores luchan por encajar en este ecosistema digital. La plataforma convierte canciones en fenómenos culturales sin necesidad de una narrativa sólida. Solo es cuestión de un ritmo pegajoso y un estribillo fácil de memorizar.
En tercera instancia, la presión sobre los artistas por innovar entra en conflicto con la industria. Según el informe Year in Music de Chartmetric, solo una fracción de los nuevos artistas logra establecerse en la cima, lo que sugiere que innovar sin el respaldo de una disquera que lo guíe en su manera de comportarse y de crear, hace que el artista pierda la sensibilidad ante lo que siente, lo que quiere contar. Solo consideran cómo llevarlo al estrellato con música comercial, sin una dialéctica personal.
“Los artistas que deciden salirse de los cánones establecidos la tienen más difícil, porque los algoritmos no los van a mostrar a los usuarios”, menciona el DJ y productor Nicky Vom. “Pero la innovación sigue siendo un mercado rentable para quien se atreva a apostar por ella”. Aunque ir contra la corriente significa un camino más largo hacia el éxito, también agrega la posibilidad de crear un nuevo mercado, donde el artista sea el que lo domine y así pueda consolidarse como referente de un sonido novedoso. El riesgo creativo puede traducirse en un nuevo fenómeno musical, en una estrategia de posicionamiento, que eventualmente se puede convertir en un negocio rentable.
Incluso los artistas consolidados enfrentan críticas por cambiar de género. Taylor Swift, al alejarse del country para incursionar en el pop con álbumes como 1989 y Reputation, recibió críticas por no "mantenerse fiel a su estilo original". Lo mismo ocurrió con Post Malone, quien ha explorado géneros como hip-hop, rock y country, generando tanto admiración como rechazo. “Nosotros como músicos componemos la música que queremos escuchar. Si quiero plasmar una propuesta que aún no existe y está en mi cabeza, debo arriesgarme y mantener esa integridad creativa”, advierte Andrés Puello, baterista de la banda A Medio Camino.
En cuarta instancia, la inteligencia artificial está transformando la industria musical, afectando tanto a productores como a consumidores. Herramientas como AIVA y Jukebox de OpenAI generan melodías y canciones completas basadas en patrones exitosos. Además, la música generada por IA convierte a los oyentes en consumidores pasivos. Antes, los álbumes eran experiencias inmersivas. Desde la primera hasta la última canción se conectaban entre sí para contar una historia. Ahora, el público salta de una canción a otra sin profundizar en la propuesta artística.
La música no debe ser prisionera de un algoritmo ni reducirse a fórmulas predecibles. Es momento de diversificar nuestra forma de descubrir y consumir canciones, explorando plataformas que prioricen la creatividad, apoyando a artistas que se atreven a innovar y darle reconocimiento a nuevos sonidos. Si queremos una industria musical más rica y auténtica, debemos cambiar la manera en que la escuchamos.
*Las opiniones de la autora no representan la opinión del medio
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