Cuando el periodista huye de sí mismo

19 de Julio de 2024 00:00

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Por: Alejandra Leal con elementos de Canva For Education

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Editor Periodista
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Existen poderes tangibles que impulsan la censura en América Latina. Aspectos medibles como la cantidad de medios de comunicación clausurados por algún régimen o el aumento en el precio del papel a los periódicos de oposición. Los que están por medirse son los intangibles: los que generan paranoia, ansiedad, insomnio... factores tan imperceptibles que, casi por supervivencia, sufren los periodistas para intentar “prevenir” las consecuencias negativas de una publicación que busca el bien público.  

“La censura es así como, imagínate tú, que te tapen la boca con un tirro (cinta), como las que se ven en las películas, esas en las que secuestran a la gente, con las que le toman la boca y les amarran las manos”, dice Ronna Rísquez, periodista de investigación venezolana. Ella investiga casos relacionados con el crimen organizado. Su foco más reciente es el Tren de Aragua, cuya influencia ha sido tan impactante que decidió escribir un libro.

Esa organización delictiva transnacional nació en Venezuela. Se caracteriza por financiar actividades ilícitas como extorsión, homicidios, secuestro y microtráfico. Sigue operando desde diferentes países, aterrorizando a sus ciudadanos y especialmente a los periodistas como Rísquez.

​Latinoamérica, un continente peligroso para los periodistas ​

​Se podría pensar que la censura al trabajo periodístico solo se evidencia en países con gobiernos autoritarios, pero no se puede estar más equivocado. Según la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, desarrollada por Reporteros Sin Fronteras (RSF), Colombia se ubica en el puesto 119 de los 180 encuestados, con una puntuación de 49,63 y uno con los mayores registros de ataques junto con Perú, El Salvador, Nicaragua y Venezuela. En más de la mitad de los países americanos se está deteriorando la libertad de prensa e información y son lugares peligrosos para los periodistas.  

En lo que va del año, en Colombia se han presentado 158 agresiones documentadas relacionadas con el ejercicio de información sobre la administración pública, protestas, seguridad y conflicto armado. De estas amenazas los principales agresores son particulares (52 casos), funcionarios públicos (37 casos), desconocidos (36 casos), bandas criminales, disidencias y guerrillas (28 casos) y fuerza pública (5 casos). Se evidencia esta violencia principalmente en los departamentos de Norte de Santander, Antioquia, Bogotá y Arauca, indica la FLIP.

 Estas agresiones se fundamentan en amenazas, obstrucciones al trabajo, acoso, estigmatizaciones y violencia física. “El gran desafío que tenemos es empezar a construir democracias participativas donde la misma estructura democrática sea la que proteja a la libertad de expresión”, expresa el periodista argentino Carlos March, director de Innovación Democrática de la Fundación Avina, una organización global que apoya la relación entre empresas para mejorar la dignidad humana y natural.  

Los lideres políticos también generan un gran impacto en la percepción de la prensa. Factores como la polarización en sus discursos, campañas de desinformación, propaganda y acciones judiciales arbitrarias contribuyen a la censura. “En Argentina sí hay libertad de opinar libremente, pero a un costo alto. Hay una asimetría de poder tanto en el impacto que tiene esa agresión como en la capacidad limitada que tiene la víctima de esa agresión en poder responder. Entonces el discurso violento de los líderes políticos genera y engendran micro violencias, pero también pueden llegar a generar violencias de mayor escala”, expresa March en entrevista con Unisabana Medios.

¿Y dónde queda la libertad?  

​ De este fenómeno de la censura surge otro aún más violento, pero a la vez silencioso: la autocensura. Como explica Ronna: “Es cuando te inhibes de hacer algo que pareciera que lo puedes hacer, pero que, si lo haces, puedes tener consecuencias”.  

La censura y la auto censura se relacionan tanto que se podría creer, erróneamente, que son la misma cosa. La censura se debe a factores externos, fuera del control de periodista mientras que la auto censura es la acción propia, la omisión autoimpuesta para comunicar algo de lo que se tiene conocimiento (y, por lo tanto, una necesidad profesional).

 “La autocensura es igual a tener la mordaza, pero además de eso tienes las manos sueltas y puedes hacer algo en las manos, pero resulta que te da miedo porque te parece que, si las usas te las van a amarrar también”, expone Rísquez.

Existen muchos trabajos que han implicado repercusiones a los periodistas, como el del medio de comunicación salvadoreño El Faro, reconocido por sus investigaciones sobre el crimen organizado y sus vínculos políticos. Desde la llegada de Nayib Bukele a la presidencia en 2019 empezaron a sufrir distintos hostigamientos. Fueron desmeritados y difamados públicamente. Sus empleados, atacados mediante discursos de odio en redes. Enfrentaron auditorias por acusaciones sobre evasión de impuestos. Y, lo más grave de toda, sus dispositivos fueron infectados con el software Pegasus (un programa que permite espiar en directo a computadores y teléfonos de los reporteros, y que solo es vendido a Gobiernos). Por eso, varios de sus reporteros se han exiliado y trasladaron su operación a Costa Rica.

Oscar Martínez, periodista de investigación y editor en jefe de El Faro tuvo que, por razones de seguridad, fue uno de los exiliados. Él es el ganador del Premio a la Libertad de Expresión 2023, del medio Deutsche Welle.

“Este es el momento más difícil para ejercer el periodismo en El Salvador por una razón concreta: en aquellos momentos eran grupos particulares los que estaban detrás, pero ahora es todo el aparato del Estado el que nos quiere aplastar”, escribió Martínez en BBC mundo.

Esta no es una situación ajena, pues ocurre también en Honduras, donde, según el Informe sobre la situación de los derechos humanos en Honduras de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, en 2023 sucedieron 145 ataques y 2 asesinatos contra periodistas.  

Contracorriente, un medio digital e independiente de ese país ha sufrido ataques y amenazas a sus periodistas con motivo de sus investigaciones que desenredan la relación del gobierno con grupos delincuenciales.  

Casos como estos se visibilizan en estudios como El Hormiguero, de la Fundación Gabo con el apoyo de Google News Initiative, que describen el panorama del continente de los medios nativos digitales. Si bien explican que los medios propios digitales van en aumento (como Contracorriente), se deja claro que nunca faltan los peligros. El periodismo en América Latina y el Caribe sigue lidiando con riesgos, en una carrera por innovar, mejorar en sus protocolos de seguridad y conectarse con más colegas que ayuden a difundir sus hallazgos.

“Nunca me he autocensurado en el periodismo. Quizá sí me autocensuro a veces con respecto a mis opiniones en redes sociales para evitar hostigamiento o acoso digital o para evitar que mi opinión pese más que el trabajo periodístico que he publicado”, explica Jennifer Ávila, directora editorial de Contracorriente.  

En Colombia, la situación no es muy distante a esto. Con el presidente Gustavo Petro que ha sido claro en su postura y sus opiniones demeritorias de los periodistas, estos se han unido en una carta dirigida al gobierno expresando su preocupación por la ola de violencia y estigmatización que generan sus comentarios. También recordando a los 5 periodistas asesinados recientemente por causas relacionadas con su trabajo periodístico. “En honor a su memoria, y por todos los que queremos seguir cumpliendo nuestro deber de informar, le pedimos parar las estigmatizaciones contra un oficio que solo espera de usted garantías y respeto”, afirmaron los periodistas en la carta publicada en El Espectador.

Para que sus voces no queden en el olvido, organizaciones sin fines de lucro como el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística, la Liga Contra el Silencio y el Proyecto de Denuncia de Corrupción y Crimen Organizado (OCCRP) apoyan la investigación trasnacional por encima de intereses políticos y particulares y velan porque el flujo de información de los medios de comunicación siga su curso y puedan formar una sociedad más informada, pero, sobre todo, libre.

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