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21 de Septiembre de 2025 11:00
Había población civil herida y animales muertos. Eran las 2 de la mañana, con un frío que se adentraba hasta los huesos. La madrugada del viernes 14 de junio, Héctor Cuero no sabía lo que le esperaba más tarde ese día.
Se encontraba en el Batallón de Alta Montaña No. 9, en Algeciras, Huila, cuando se dio la orden al pelotón de iniciar un desplazamiento hacia la inspección Guayabal, municipio de San Vicente del Caguán, Caquetá, pues se reportó un enfrentamiento entre grupos guerrilleros. A sus espaldas, las estructuras de concreto, las torres de vigilancia y el constante murmullo de la rutina militar quedaban atrás.
Frente a él se extendía un camino de tierra que serpenteaba entre las montañas. El terreno cambiaba rápidamente: del suelo compacto y plano del batallón a un trayecto que duró cerca de 15 días, atravesando veredas como Balsillas y Las Abejas, avanzando por trochas y selva espesa para evitar las minas y el acecho enemigo.
Tras varias horas de caminata, el paisaje comenzó a cambiar. Llegaron a la zona aproximadamente a las 5:30 de la mañana. El sol apenas comenzaba a asomarse entre la espesa neblina que cubría la mañana. Luego se dirigieron a la base de patrulla móvil para descansar y tomar alimentos.
Eran las 6:05 de la mañana cuando dieron la orden de establecer comunicación con el Batallón. El pelotón se encontraba a dos kilómetros de la inspección cuando Cuero se adelantó para alistar el radio de telecomunicaciones y poder informar la posición. Al dar ese primer paso sintió el estallido de una mina.
—“Yo no estaba (con Cuero); estaba en el batallón. Cuando recibimos la noticia fue muy duro, porque era una persona que infundía mucho respeto y uno decía: ¡uy, juemadre! Tan buena persona, tan buen soldado y pasarle eso”—, relató Juan Esteban Calderón Asprilla, compañero militar y buen amigo.
Héctor Fabio Cuero Quiñónez nació un 31 de mayo de 1994 en Tumaco, Nariño. Desde niño sentía una profunda admiración por los militares, lo que lo inspiró a querer unirse al Ejército cuando fuera mayor. Además, sus opciones eran limitadas: estudiar fuera, enlistarse en la milicia o caer en actividades ilícitas.
— “Siempre pensé que la mejor manera de portar un arma era hacerlo de forma legal” —, recuerda Cuero. Por eso, apenas cumplió 18 años, decidió prestar el servicio militar.
A primera vista podía parecer alguien serio y enfocado en su trabajo. Sin embargo, quienes compartían el día a día con él en el batallón lo describen como un hombre colaborador y respetuoso. Además, tenía un gran sentido del humor que sorprendía a más de uno.
El día en que la mina estalló, Cuero no perdió la conciencia. “De inmediato noté que había perdido el pie. No caí ni me desmayé. Empecé a buscar la manera de acostarme, porque normalmente después de un estallido suele haber hostigamiento o más minas”. En el área fueron encontradas más de 12 minas antipersona.
Se tiró a una palizada (plantación con ramaje alto); ahí esperó al grupo especializado en desminado (ESDES), el cual revisó que no hubiera más artefactos explosivos. Después de garantizar que la zona era segura, el equipo de primeros auxilios ingresó, le colocó un torniquete y lo evacuó a un helipuerto improvisado.
—“El día estaba muy nublado, no podía entrar la aeronave a sacarlo. En el batallón decíamos que, 'para sacar un guerrillero, el Ejército siempre hace todo lo posible y lo hace rápido, pero para rescatar a un herido sí ponen trabas'. Estábamos enojados en el batallón”—, relató Juan Esteban Calderón Asprilla, compañero y buen amigo, sobre lo angustiante que fue el momento del traslado de Cuero, porque la evacuación tardó cerca de cuatro horas.
Sin embargo, el clima no permitió el ingreso de la aeronave, por lo que fue transportado en ambulancia hasta el municipio de San Vicente del Caguán. En ese lugar lo esperaba un avión médico que lo trasladó al Hospital Militar Central en Bogotá. Llegó a las 7:00 de la noche.
Ya en el hospital, fue atendido por los médicos. Sin embargo, perdió el conocimiento y despertó al día siguiente a las 10:00 de la mañana con una amarga noticia: le habían realizado una amputación a la altura del tobillo. Y las malas noticias continuaban. Debido a que las minas contenían elementos infecciosos, la herida empeoró y una bacteria avanzó, provocando gangrena hacia la parte superior de la pierna.
Después de practicar varios exámenes a Cuero y no mostrar mejoría, el médico decidió hacerle una segunda amputación, a mitad de la tibia. Fanny Solís, su madre, ha sido la mayor motivación. —“Ella siempre ha sido mi motor. La esperanza de volverla a ver, de abrazarla, me dio fuerzas para seguir con vida”—, comentó Cuero.
Luego de un mes en recuperación, fue trasladado al Batallón de Sanidad Soldado José María Hernández (BASAN) con el fin de continuar el tratamiento, iniciar su proceso de rehabilitación y, mientras todo esto pasaba, esperar la decisión de la junta médica donde se determinaría la disminución de su capacidad laboral.
Actualmente, a un año y dos meses de su accidente, terminó su recuperación, inició su proceso de adaptación a la prótesis y pronto entrará a la Universidad Militar Nueva Granada a estudiar Ingeniería Civil.
—“Es un trabajo de mucho sacrificio. No se trata solo de arriesgar la vida, sino de perder tiempo con la familia. Uno a veces solo va a la casa dos meses al año. Por eso no es un trabajo para menospreciar”—, advirtió Cuero.
Durante más de seis décadas, Colombia ha vivido un conflicto armado que ha marcado la vida de miles de familias y comunidades. En ese escenario, los soldados han estado en primera línea, enfrentando una guerra que no siempre se mide en victorias o derrotas, sino en cicatrices visibles e invisibles.
Sin embargo, detrás de cada número que conforma las cifras que todos los días se publican en los medios de comunicación, hay una vida que cambia por completo. Héctor Cuero comparte su historia para sensibilizar a las personas sobre lo que es ser herido en combate. El conflicto también son cuerpos que aprenden a rehacerse después de una mina antipersonal.
El conflicto, a veces, se tasa por la manera como un soldado que un día empuñó su fusil en la selva, al día siguiente debió aprender a sostenerse con muletas o a reinventar su futuro lejos del frente de combate. Esa es la realidad que se oculta tras la estadística: la guerra no termina en el campo de batalla. Continúa en hospitales y en sesiones de rehabilitación.
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