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21 de Septiembre de 2025 14:13
La mamá de Amara lleva en su mirada el peso de lo perdido; y en sus manos, la esperanza que decidió donar.
La ilusión de toda madre es tener en brazos a su bebé. En ese primer contacto, la vida del niño inicia y la etapa de la maternidad comienza. Para Valentina Jurado, ese instante fue el inicio del momento más profundo y desgarrador de su vida, pues mientras otras madres se preparaban para criar a sus hijos, ella se tuvo que preparar para despedirse de su bebé Amara antes de lo esperado.
No fue la típica escena repentina de una despedida, sino un desenlace anunciado y esperado. “En cualquier momento puede morir”, me decían los doctores. “La angustia de no saber cuándo va a pasar... Fueron 35 días esperando la muerte”. Con esas palabras, Valentina, de 25 años, describe el momento que cambió el rumbo de su vida.
Es una mujer de rasgos delicados: cabello lacio y largo, sonrisa luminosa, ojos muy expresivos y un acento paisa encantador. La imagen de aquella mujer arreglada y exitosa quedó oculta tras el semblante de una madre abatida por la tristeza, con el rostro lavado, sin maquillaje, accesorios ni peinado elaborado.
Al mirarla fijamente, sus ojos cafés almendrados transmitieron la confusión de alguien que se siente extraviada. Cuando comenzó a hablar, la seguridad de su tono rompió con esa primera impresión. Su voz, firme y poderosa, expresaba la fortaleza que su rostro parecía guardar en silencio.
Para muchos, compartir un tinto es un gesto simple, un hábito de todos los días. En el caso de la mamá de Amara, ese acto se transformó en la forma de describir su relación con lo más temido: la muerte. El fallecimiento había traspasado fronteras y ahora habitaba en ella. “Tomé tinto con la muerte”, expresó. Estaba sentada, con los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas contenidas. Pero no dejó que una sola gota rodara por su rostro.
Desde el colegio, Valentina se distinguía por su carácter fuerte y decidido. Era rebelde, con una mentalidad libre, y al mismo tiempo era juiciosa y responsable con sus estudios. Esa mezcla de disciplina e impulsividad la hacía distinta: podía ser la estudiante que siempre buscaba las mejores notas, pero ello no le impedía disfrutar. Le gustaba salir de fiesta, reírse con sus amigos y divertirse en los momentos en los que podía escapar de la rutina académica.
Para quienes la conocen de toda la vida, el cambio es evidente. Su mejor amigo, Juan Felipe Arcila, de 25 años, cuenta que Valentina “jamás volvió a ser la misma después de Amara”. A causa de este suceso, “tuvo que despedirse de la Valentina de antes para construir una nueva: la mamá de Amara, la que hoy inspira a tantas mujeres”.
En medio de su duelo, Valentina encontró en las redes sociales una plataforma para sanar y, al mismo tiempo, inspirar a otras mujeres. Su cuenta de TikTok reúne más de 126 mil seguidores y en Instagram más de 55 mil. Como @mamadeamara, comparte videos donde habla abiertamente del duelo perinatal, la importancia de la salud mental y los beneficios de la donación de leche.
En sus publicaciones, explica cómo donar la leche, responde a preguntas frecuentes y visibiliza los beneficios de la lactancia, como el fortalecimiento del sistema inmune de los bebés, la reducción de infecciones y el favorecimiento del vínculo madre-hijo.
Su contenido ha generado cientos de comentarios de agradecimiento. Sus seguidores reconocen que, gracias a Valentina, han perdido el miedo a hablar de la muerte de un hijo.
Juan José González, de 24 años, amigo de la infancia, menciona que Valentina no solo se destaca por ser una persona inteligente, sino que inspira a los demás. “Ella fue la que más me motivó a estudiar, siempre quería estar en lo más alto y eso me impulsaba a mí también". Hoy, la recuerda distinta, pero con la misma fuerza de antes. “Donar la leche la ha transformado, siento que está ayudando a otros bebés y eso le da sentido a ella”. Para él, lo más sorprendente ha sido verla compartir públicamente su duelo, algo que define como un acto de valentía.
Le pregunté por qué decidió continuar con la lactancia. De inmediato, sonrió y un brillo brotó en sus ojos.“Lactar me salvó la vida”, destacó. Valentina no soportaba la idea de que todo el esfuerzo de su embarazo y su ilusión de poder amamantar terminará reducido a una pastilla de Cabergolina (o Dostinex, según su nombre comercial). Este medicamento detiene de manera forzada el desarrollo natural del cuerpo tras la gestación, lo que implicaba que silenciaría de golpe una conexión física y emocional que tenía con su hija. “Yo quería que mi cuerpo entendiera de manera natural que mi bebé ya no estaba”, afirmó rotundamente. Lo que Valentina expresa no es solo una decisión emocional, sino también física. Los doctores recurren a medicamentos que frenan la producción de leche, pero este proceso resulta doloroso y simbólicamente violento para las madres.
Lactar se volvió su razón para levantarse cada día, construir un camino hacia el autocuidado, incorporando en su rutina buenos hábitos para asegurar una óptima lactancia. La mamá de Amara carga en su cuerpo lo que ella llama “oro líquido”. ¡No es una exageración! Se trata del alimento más completo que puede recibir un recién nacido: contiene anticuerpos, nutrientes y defensas.
La lactancia fue el flotador que la sostuvo en medio del mar de la tristeza. Al inicio fue un reto físico y emocional. Pero, gracias a los bancos de leche del Hospital General de Medellín y del Hospital Universitario del Valle en Cali, Valentina encontró un propósito: allí pudo donar su “oro líquido” y contribuir a un acto de humanidad. Por ejemplo, en el Hospital General de Medellín se logró recolectar en 2024 más de 5 mil litros de leche gracias a más de las mil donantes, lo que permitió alimentar a aproximadamente unos 10 mil bebés en condiciones críticas.
Cuando Valentina habla de su infancia, su rostro cambia: Su piel se le ilumina, sus ojos se agrandan. Recordar esos años es regresar a la ilusión, a la alegría. Se describe como una niña cariñosa, protectora y con un instinto maternal. “Recuerdo que me gustaba jugar a la mamá con mis muñecas y darles de comer”.
Ella recuerda con detalle la ilusión de preparar el cuarto de Amara: "Me esforcé demasiado, física, mental y económicamente, quería que todo estuviera perfecto; no soportaba la idea de que algo faltara". Se imaginaba una pequeña princesa en ese cuarto, un espacio que pintó con tanto amor, mientras buscaba cortinas, juguetes y cada detalle que diera vida al lugar.
Hoy mismo, ese amor y esfuerzo se manifiesta de otra otra forma: Valentina honra a Amara con un libro que ella misma creó, lleno de fotografías. Cada mes prepara velas, juguetes y una torta decorada para celebrar la vida de Amara, que alcanzó a brillar. Un acto que convierte la ausencia en presencia.
En palabras de su amigo Juan José, el duelo de Valentina tiene una fuerza particular: “A pesar de no tener a su bebé físicamente, sigue sintiéndose mamá". La sociedad suele empujar a las mujeres a callar su dolor. Pero, la mamá de Amara decidió lo contrario: “hacer todo lo que la hiciera sentir mamá, todo lo que honrara a Amara”.
Para Valentina, sus amigos son la familia que eligió y uno de los pilares que la sostuvieron en el duelo. Lo primero que hizo tras la pérdida de su hija fue viajar con ellos a Cartagena, aunque la ansiedad la acompañara. En el abordaje vivió un golpe de realidad. “Las mamás en embarazo y con niños tienen prioridad”, anunció la tripulación, "Y me pregunté: ¿dónde estaría la fila para las mamás en duelo? No pude contener mis lágrimas y lloré”. La sociedad invisibiliza el dolor de las madres en duelo. "Nosotras también somos mamás, pero la gente no lo ve”, destacó.
No callen su dolor ni les prohíban llorar. A nadie. Ni a Valentina. “He sostenido dos corazones en un mismo cuerpo. He sido portal entre lo divino y lo terrenal. He sostenido un amor puro que quema y sana al mismo tiempo, y que abrazó sin miedo mi tristeza".
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