Héctor Rodríguez, el guionista que insistió hasta contar su historia

17 de Septiembre de 2025 18:08

Por: Juan Diego Rodriguez

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El espacio de trabajo de Héctor Rodríguez parece una prolongación de su propio cuerpo. Es como si el computador nunca se despegara de las manos de este guionista y escritor. A primera vista, la mesa en forma de L llama la atención. Sobre ella descansa su computador, conectado a un televisor que hace de segunda pantalla. Justo enfrente está la puerta del cuarto de sus hijos mellizos, Juan Diego y Martín.

Al lado de la mesa se levanta un estante cargado de CDs: películas, juegos de Wii que sus hijos disfrutan y, entre ellos, un detalle curioso: una placa amarilla, doblada y maltrecha. No es un adorno, sino el recuerdo del accidente que tuvo Martín durante sus primeras clases de manejo, cuando estrelló el carro familiar.

El fondo del estudio es una galería improvisada de cuadros pintados por sus hijos. Entre todos destaca uno, una especie de cascada de colores —rosados, verdes y azules— que enmarca una máquina de escribir blanca con detalles negros. A los costados, una frase: “Crea, sueña, vive y sé feliz.”

Sin embargo, Héctor confiesa que este espacio colorido no era el que había pensado para atendernos. Su escenario “natural” es otro: un consultorio de paredes blancas, dos sillas —una para él y otra para el paciente— y una lámpara grande para iluminar la dentadura. Antes de los guiones, la vida lo encaminó hacia los dientes y sigue combinando la odontología con sus actividades creativas.

Al preguntarle cómo empezó a escribir, Héctor suelta una carcajada amplia, de esas que dejan ver todos sus dientes. “Bueno, este circo es porque yo siempre quise ser actor y, desde niño, me encantó escribir. Leía muchísimo en el colegio. Me la pasaba leyendo libros de literatura latinoamericana y me encantaba.”

A pesar de esa pasión por la actuación y el arte, nunca lo consideró una opción profesional. Venía de una familia que él mismo denomina clásica, con carreras tradicionales. “Llegó la hora de escoger carrera y dije: bueno, ¿por qué no ingeniería electrónica? Sí. Y eso que siempre perdí física en el colegio. Nunca pasé física. Nunca entendí cómo funcionaban las leyes de la aceleración, de la velocidad, de nada de eso.”

Como era de esperarse, Héctor no pasó a segundo semestre. “Y yo dije: bueno, ¿qué estudio entonces? Pensé que la odontología me gustaba más o menos, y me metí a estudiarla. Tuve buenísima suerte porque Dios a uno le pone los caminos donde debe estar. Entré a la Universidad Nacional, pero en ese momento estaba cerrada por una de esas pedreas, y el rector había decidido suspender clases.”

Ese cierre inesperado le abrió una puerta. Durante ese tiempo, Héctor comenzó a hacer lo que realmente le gustaba: se sentaba todos los días a escribir y, por las tardes, iba a clases de teatro y actuación. Pero los castings no llegaban. “Nadie me llamaba. Hacía puros papeles de extra y yo quería ser protagonista. Entonces pensé: si nadie me da trabajo, me lo voy a dar yo mismo. La única forma era escribir un programa donde yo fuera el protagonista.”

Y lo hizo. El programa se llamaba FM Estéreo: juvenil, sobre la vida de unos muchachos. Héctor pensó que por fin había llegado su momento de actuar. “Cuando fui a decirle al productor: ‘oiga, pero yo quiero actuar’, él cogió y me dijo: ‘no, mire, ni usted ni yo vamos a ser protagonistas, así que quítese el cuento’. Desde ahí entendí que lo mío era escribir. Y gracias a Dios, no he parado. Ya son como 27 años.”

Un hobby que nunca lo fue

El primer recuerdo que Martín tiene de su padre es sencillo, pero elocuente: escribiendo. “Fue en Bogotá, cuando estábamos en la casa de allá. Es literalmente él en su escritorio, que estaba al lado de la cocina. Un escritorio grande, abierto a la sala, donde todos podían verlo. Y ahí estaba mi papá, con un televisor enorme que usaba como monitor. Ese es el primer recuerdo que tengo de él.”

A pesar de vivir entre guiones y libretos, Héctor nunca dejó la odontología de lado. Fue precisamente ese “plan B” el que lo sostuvo en uno de sus primeros tropiezos. "Mi mamá era odontóloga y siempre me decía: ‘Usted tiene que graduarse. El título es importante, el cartón es importante. Gradúese y, si quiere, guarde el cartón, pero gradúese.”

Mientras escribía, le llegó una de sus primeras grandes oportunidades: una serie en el horario estelar de las 8:30 de la noche. Apenas tenía veintitantos años y logró proponer una historia que llamó la atención. “Propuse una serie que todo el mundo vio y que fue la única en la que actuó Shakira: El Oasis. Pero al capítulo cinco me aburrí, me agarré con todo el mundo y renuncié. Estaba muy frustrado, no quería volver a escribir. Dije: ‘¿qué me toca hacer? Pues lo que estudié’. Me había graduado de odontólogo, así que me tocaba hacer el rural.”

Héctor recuerda con claridad el ambiente de tensiones que vivió durante la producción de El Oasis. “Juana Uribe, una persona muy importante en la televisión, y yo éramos muy amigos. Pero llegó un momento en que a ninguno de los dos nos gustaba. La serie trataba de la avalancha de Armero. El problema es que, en el primer capítulo, al final, llegaba la avalancha y borraba el pueblo… y escribir era muy tedioso. Desde el libreto era: barrial uno, barrial dos, barrial tres… todo era barro. No me gustaba, y a Juana tampoco. Así que nos la pasábamos peleando. Yo escribía y, al otro día, en la reunión, ya nos estábamos agarrando. Yo ponía: ‘el niño dice hola’ y ella respondía: ‘un niño no dice hola, un niño dice quiubo’. Pendejadas así.”

Esa terquedad que lo llevó a renunciar terminó empujándolo hacia el Ejército. A comienzos de los años noventa, para hacer el rural, fue enviado a Puerto Boyacá, una de las zonas más violentas del país en plena expansión paramilitar. En medio de ese ambiente duro y lleno de tensión, nació la idea de crear una serie que mostrara la vida de los militares: Hombres de honor. La propuesta llegó hasta el comandante del Ejército, quien la aprobó de inmediato. Ese momento marcó un punto de quiebre: dejó atrás la odontología —solo alcanzó a tener tres pacientes— y se dedicó por completo a la escritura.

Esa terquedad la reconoce como una de sus mayores fortalezas, tanto en su vida como en su oficio de escritor. “Sí, yo creo que es fortaleza y defecto a la vez: la terquedad”, dice sin dudar. “Soy terco en el sentido de que, por ejemplo, alguien me dice: ‘esa serie no’. Y yo: la lucha, la lucha, la lucha… hasta que al final sale, la ponemos a trabajar, la echamos a andar. Ahí es donde la terquedad sirve, porque empuja, porque insiste, porque no suelta.”

Cuando le pregunto qué le gusta hacer más allá de escribir, sonríe como si la respuesta fuera evidente. “La verdad… a mí lo que me gusta es escribir. Es lo que hago y lo que me llena. Si yo fuera odontólogo y me preguntaras por mi tiempo libre, seguramente te diría: escribir. Eso es lo que hago. No es un hobby, es lo que me gusta hacer.”

Viajar, por ejemplo, tampoco lo desconecta de la escritura. “Cuando viajo, escribo. Y lo disfruto, porque escribir es como entrar en otros mundos. Si estoy contando la vida de cantantes, vivo en ese mundo de cantantes; si estoy en un universo médico, pues me meto allí. Nunca me aburro porque cada serie es distinta, cada historia me da algo nuevo en qué pensar.” Y remata con sinceridad: “¿Otro hobby? No, no tengo. Mi hobby es escribir.”

Un legado que trasciende la pantalla

Esa entrega absoluta a la escritura es también una de las enseñanzas más claras que les ha dejado a sus hijos. “Mi papá siempre me ha inculcado que el éxito viene de dedicarte a lo que más te gusta. No solo se trata de alcanzar un resultado, sino de disfrutar el camino, invertir tiempo en lo que de verdad te apasiona y te llena el alma. Él es el vivo ejemplo de eso: se dedica plenamente a lo que disfruta. Y yo he intentado aplicarlo en mi vida diaria, en mi rutina”, dice Juan Diego.

Esa enseñanza no solo vino de los consejos, sino también de la manera en la que Héctor decidió vivir y organizar su trabajo. Durante años, su estudio ha estado al frente de las habitaciones de sus hijos, un detalle que a simple vista parece menor, pero que ha marcado la dinámica familiar. La casa se convirtió en oficina y en refugio al mismo tiempo. “Siempre ha trabajado desde la casa. Entonces, tanto mi hermano como mi mamá como yo hemos asimilado que casa significa estar con nuestros padres. Creo que ha sido un punto bastante favorable para nosotros en esa formación. Claro, pesa que esté en el computador todo el día, pero igual sabemos que está ahí presente. Es como tenerlo 24/7, aunque esté ocupado”, afirma Juan Diego.

La cercanía física se volvió también cercanía emocional. La rutina de pasar frente a la puerta del estudio o cruzar una mirada en medio de una pausa del trabajo se transformó en una manera de compartir, incluso en los detalles más pequeños, tal como asegura Martín: “Cuando no está, porque tiene alguna reunión o sale, se nota su ausencia de inmediato. Ya se siente raro, como si algo faltara en la casa. Entonces uno valora que esté ahí, aunque no sea para hablarle todo el tiempo, sino simplemente para verlo. Y eso se lo aprecio mucho.”

En su lugar de trabajo, rodeado de cuadros de sus hijos y con esa placa amarilla torcida que evoca un accidente, se entiende que su vida se ha redactado como un diario: con cambios imprevistos, tensiones, pausas y soluciones. Su mayor logro no ha sido solo llenar pantallas con personajes, sino haber convertido su vocación en un oficio que respira cada día.

Héctor Rodríguez, reconocido guionista colombiano y padre de familia, ha dejado una huella profunda en el imaginario audiovisual con producciones como La mamá del 10, ¿Dónde carajos está Umaña? y Hombres de honor. Su carrera ha estado marcada por la constancia, la terquedad creativa y el deseo de mostrar, a través de la pantalla, la riqueza y complejidad de Colombia.

“Yo soñaba hace muchos años con que mis series se vieran en el mundo entero —recuerda Héctor—. En ese momento me parecía imposible. Si alguien me hubiera preguntado, habría pensado que era un sueño muy grande. Pero hoy, con plataformas como Netflix, Amazon o HBO, tenemos la posibilidad real de lograrlo. Ese es mi objetivo: crear una serie que llegue a todo el mundo.”

Para él, escribir no es solo un oficio, sino una forma de retratar lo que lo rodea y, al mismo tiempo, ofrecer otra mirada del país: “Me gusta mostrar cosas positivas, optimistas, con humor.”

Actualmente, Héctor trabaja en nuevos proyectos que buscan precisamente eso: conquistar audiencias internacionales sin perder la esencia de lo local. Su mirada sigue puesta en el futuro, con la terquedad que lo ha acompañado siempre. Como él mismo dice: “Ese es el sueño. Ojalá lo logre. Soy terco y voy para allá.”

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