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4 de Septiembre de 2025 08:00
David Steven Contreras Gómez nunca jugó fútbol ni practicó un deporte de forma profesional. Pero, cuando a los 8 años se puso por primera vez un uniforme de árbitro, aprendió a ver el juego desde adentro.
Fue el juez más joven de un deporte similar al fútbol, pero mini: la cancha es apenas un tercio de la profesional y lo practican niños de máximo 12 años. El Babyfútbol, también conocido como Ponyfútbol, es característico de América del Sur. Años después, David cambió el silbato por la cámara.
David, a sus 22 años, se abre camino como fotógrafo deportivo y estudiante de la Universidad de La Sabana, mientras lidia con las dificultades del mercado, la incertidumbre del clima y los clientes desconsiderados.
Por causa del negocio familiar e insistencia de su papá, su hermano Jhoan Sebastián, de 32 años, empezó a arbitrar partidos de Babyfútbol. Al comienzo no quería. Jhoan soñaba con anotar goles, no con pitar jugadas. Fue él quien aceptó primero el reto de su padre de entrar a un curso de árbitros. Pese a su resistencia inicial, terminó arrastrando a David al arbitraje.
Con su pasión por el deporte y el sueño de ser futbolista, Jhoan estudió Ciencias del Deporte. Recuerda cómo él y David entrenaban juntos, y cómo él dirigía las prácticas. Calcula que como hermanos Contreras han arbitrado más de 500 partidos.
David tenía ocho años cuando empezó a pitar con Jhoan. Aunque le gusta el fútbol, prefería jugar baloncesto, un gusto que no compartía con su hermano. Esa mezcla de cercanía fraterna e inclinaciones propias marcó el carácter de este joven de 1,79 de estatura, delgado, de sonrisa tímida que no muestra los dientes: independiente, curioso, siempre sostenido por su familia y, como lo describe Jhoan, “inquieto”.
Llega la cámara
El árbitro más joven de Babyfútbol incursionó en la fotografía por pura curiosidad, acompañando a su papá, quien maneja una empresa de eventos deportivos.
“Mi papá llevaba muchas delegaciones (de Babyfútbol) de Cundinamarca”, cuenta David. Fue en enero de 2015, en Medellín, durante el Ponyfútbol, cuando conoció a Martín Valencia, un fotógrafo que se convirtió en referente. Durante el evento, David empezó a tomar fotos con la cámara de su papá.
Mientras recuerda sus inicios, los ojos cafés de David se abren más de lo habitual: “Lo vi con su lente súper guau, creo que era un 70-300 f/2.8; así, profesional. Pensé: este man tiene un gran trabajo. ¡Me fascinó!”.
Valencia, reportero gráfico especializado en fútbol y miembro de la Asociación de Periodistas Deportivos de Colombia, le enseñó lo básico: la apertura del diafragma, la velocidad de obturación y la sensibilidad. Para David, la fotografía era un pasatiempo, hasta que en 2021 su papá le regaló su primera cámara como parte de pago por el apoyo en la empresa familiar. “Mi papá me regaló mi primera cámara y ahí empezó todo”.
Los recuerdos de Jhoan son nítidos y precisos sobre su hermano. “Cogía la cámara de mi papá y empezaba a tomar fotos. Le gustaba estar jugando con el zoom”. Con el tiempo, el padre le delegó a David la responsabilidad de registrar en imágenes los eventos: “Empezó a mostrar su potencial [...] toma muy buenas fotografías”, destaca Jhoan.
Desde entonces, David ha fotografiado a más de 25 deportes. Su favorito es el fútbol y el que menos disfruta es el ajedrez: “Es muy aburrido. Una vez estaba haciendo una transmisión y terminaron en tablas, horas perdidas. Gana más uno vendiendo las fotos”, comenta entre risas.
El mercado y las tormentas
La pasión no paga deudas y David lo sabe. Como fotógrafo deportivo enfrenta tres obstáculos constantes: la competencia, el clima y los clientes.
“Lo quieren [los clientes] todo regalado, piensan que lo que hacemos es muy fácil”, explica. Su trabajo implica cargar impresoras, lentes y cámaras, madrugar y regresar tarde a casa. Además, el clima es impredecible: “Puedes tener la mejor cámara, pero si empieza a llover o cambia la iluminación y no estás preparado, perdiste el trabajo”.
En medio de esas dificultades, David ha contado con su hermano: “Yo le ayudo en el tema de diseño de las fotos, de impresiones”, señala Jhoan. Ese respaldo es un alivio para David, que aunque independiente, no está solo. Jhoan resume el apoyo: “Puede ser económico, con palabras o con hechos”. En otras palabras, está ahí para sostenerlo, ya sea cuando no hay ventas o cuando la motivación decae.
David habla de sus herramientas con naturalidad: “Tengo tres cámaras, pero en el momento utilizo dos: una Canon 7D y una Canon 70D. La 70D vale como cinco millones”. Con ellas ha capturado instantes únicos en el deporte, en los que, según él, “lo que siempre está es la emoción, y creo que eso es lo que me diferencia de los demás”.
Pero detrás de cada disparo hay números que pesan. Las fotos digitales las vende en $7.000, las impresas en $15.000, y en combos hasta $50.000. Cada evento puede dejarle alrededor de cuatro millones, pero no es una cuenta limpia: solo en autorizaciones gasta cerca de un millón 800 mil pesos, y a veces siente que algunos intentan “verle la cara”.
Todas las jornadas son diferentes. “A veces estoy parado”, dice David, aludiendo a días de pocas ventas. Ha aprendido a tener reservas, consciente de que su trabajo es inestable: a veces gana muy bien (hasta 8 millones de pesos en un evento) y otras no recupera ni la inversión básica.
“La peor vez fue cuando solo vendí tres fotos impresas”, recuerda. Ese día volvió a casa cargando no solo sus cámaras e impresoras, sino también la desmotivación. No se trataba solo de números, la frustración lo hizo sentir que todo su empeño no había valido la pena. Sintió un vacío incómodo.
María Lucía Payares, amiga de la universidad, lo resume: “Si David hace algo es porque realmente quiere”. Y en efecto, quiso seguir tomando fotos y registrando eventos deportivos, aun con la lección de que a veces el mercado es “desagradecido”.
Su futuro en fotos
David no se conforma con capturar lo que está en la cancha: quiere ser director de fotografía en una productora. La disciplina y pasión que aprendió por curiosidad, ahora las proyecta hacia el cine, mientras estudia Comunicación Audiovisual y Multimedios en la Universidad de La Sabana.
De árbitro joven junto a su hermano, a fotógrafo. De silbatos a lentes, de torneos de Babyfútbol a metas cinematográficas. David no sueña con fama, sueña con ser él: alguien que ha hecho lo que le gusta, incluso si no le pagan por ello. Su camino no se traza por el reconocimiento, sino por el apoyo incondicional, la fraternidad y la inquietud de dejar que las imágenes hablen por sí solas.
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