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9 de Septiembre de 2025 13:02
Desde las primeras horas de la mañana, un fuerte sonido irrumpe en la tranquilidad de Bogotá. Es el llamado del Tren de la Sabana que, desde mayo de 1993, invita a los viajeros a descubrir, a través de un trayecto cargado de historia, la riqueza cultural y natural que rodea a la capital. La locomotora, una mezcla del pasado y el presente, se desliza por los rieles con la promesa de llevar a sus pasajeros más allá del bullicio citadino hacia destinos como Zipaquirá, un pueblo que guarda tesoros en su mina de sal y en sus tradiciones.
El sonido del tren trae consigo memorias de un país que alguna vez dependió de los ferrocarriles para conectar a las personas con sus sueños. En el vaivén de los vagones se entrelazan las historias de aquellos primeros viajeros que, hace más de treinta años, fueron testigos del renacer de un modo de transporte que parecía condenado al olvido. Hoy, ese viaje no solo representa una experiencia turística, sino también un motor de desarrollo para la región, especialmente para municipios como Zipaquirá, donde la llegada del tren significa oportunidades económicas y la reactivación del turismo local.
Llegamos a la estación de Usaquén a las 7:30 de la mañana, cuando la bruma aún envolvía los altos y majestuosos edificios de la carrera novena con calle 116 en Bogotá. El ambiente era fresco, con un viento suave que acariciaba los rostros de quienes esperábamos en fila para comprar los tiquetes.
Con 78.000 pesos en mano, aseguramos nuestro trayecto de ida a Zipaquirá y regreso hacia Bogotá, sintiendo esa satisfacción ligera que solo se experimenta al saber que todo está listo para un día de aventura. Con el tiempo a nuestro favor, decidimos explorar la pequeña tienda de la estación. El ambiente olía a café recién hecho, y los estantes estaban llenos de recuerdos del tren: gorras, tazas y pequeñas figuras de cerámica que recreaban locomotoras y vagones antiguos. Los precios variaban entre 10.000 y 55.000 pesos y era difícil resistirse a llevarse al menos una pequeña pieza como testimonio de lo que aún estaba por venir.
Mientras esperábamos la llegada del tren, Jessica Ovalle, una joven turista, se ajustaba la chaqueta para protegerse del aire fresco de la mañana. Con una sonrisa expectante, me confesó: “He escuchado que el recorrido es hermoso, una experiencia distinta para los que vivimos en Bogotá y no solemos salir de la rutina, quiero disfrutar del paisaje y descubrir qué tiene para ofrecer este recorrido".
A las 9:18 de la mañana, un grupo de músicos andinos comenzó a tocar una alegre melodía mientras los turistas sacaban sus cámaras y grabadoras para recordar por siempre ese momento. Las flautas y tambores resonaban mientras la luz de la locomotora, robusta y vibrante, se acercaba.
Una vez a bordo, nos acomodamos en sillas giratorias que permitían a todos disfrutar del paisaje y compartir el viaje en familia, sin importar hacia dónde miraran. Desde el primer momento, el ambiente se sentía relajado, como si el tren nos invitara a olvidarnos del reloj y dejarnos llevar al ritmo de los rieles.
—¡Mira, vacas! ¡Un ternero! —exclamó emocionado un niño, señalando por la ventana con los ojos llenos de asombro.
El traqueteo rítmico del tren se combinaba con las risas y los comentarios de los pasajeros. Alejandro Cappo, un bogotano que hacía este viaje por segunda vez desde su infancia, me contó durante el trayecto que el tren tiene algo especial. "Recuerdo que la primera vez que realicé el recorrido fue con mi madre, y varios años después estoy viajando con mi sobrino. Es muy lindo compartir momentos así con la familia".
A las 10:08 de la mañana pasamos por Chía. La mezcla de pasto mojado y tierra húmeda se colaba por las ventanas, trayendo consigo memorias de finca y días soleados en el campo. En el vagón, los pasajeros intercambiaban anécdotas familiares, mientras otros se acomodaban para disfrutar del paisaje en silencio. El tren continuó su marcha y, poco después, llegamos a Cajicá en donde el olor a madera trabajada flotaba en el aire, señalando la presencia de las fábricas de muebles que se extendían en los alrededores.
A través de la ventana, vimos las chimeneas de las plantas de cemento y carbón, un contraste con el verde de los campos que seguían dominando el paisaje. De pronto, un ruido fuerte sacudió los vagones al pasar por unos rieles sueltos. Algunos pasajeros soltaron gritos nerviosos, pero las risas no se hicieron esperar.
—¡Pensé que era una montaña rusa! —dijo entre carcajadas una pasajera, rompiendo la tensión del momento.
Mientras que Sandra Cortés, otra turista, comentó sonriente: "Eso es lo bonito del tren, va lento, pero sin trancones. Te permite disfrutar de los paisajes, los olores y el sonido de los rieles que tienen algo relajante, es como si te envolviera en su propio ritmo".
El Tren de La Sabana no solo ofrece un viaje panorámico por paisajes rurales, sino que conecta a los pasajeros con un recorrido cultural hacia uno de los destinos históricos más ricos de Cundinamarca, Zipaquirá. A medida que el tren se acerca a la estación de esta ciudad, la experiencia va más allá del trayecto y los pasajeros somos recibidos por un ambiente que invita a explorar y aprender, sumergiéndonos en la cultura de una región donde la historia colonial y la riqueza natural se entrelazan.
A las 11:15 de la mañana llegamos a Zipaquirá, donde el tren se detendría por cuatro horas y media. Algunos pasajeros aprovecharon para visitar la icónica Catedral de Sal, mientras otros como yo preferimos explorar las cafeterías y tiendas de artesanías del centro del pueblo.
En el almuerzo, me encontré con Camila Ordus, una turista brasileña que viajaba por primera vez en el tren, y me comentó que para ella era mucho mejor que el bus, que estaba más tranquila y disfrutando de los lindos paisajes que se podían ver en la sabana de Bogotá.
Lina Guerrero, coordinadora de turismo de la Secretaría de Desarrollo Económico y Turismo de Zipaquirá, destaca el valor del Tren de la Sabana como un atractivo único que conecta a los visitantes con la historia y cultura del municipio. Al llegar a la estación, los viajeros encuentran un Punto de Información Turística, en donde podemos unirnos a un recorrido guiado por las calles coloniales, donde, según Guerrero, "se puede ver toda la arquitectura colonial de la época y la influencia histórica de Zipaquirá en Colombia".
El tren permaneció en la estación hasta las 3:15 de la tarde, cuando las puertas se abrieron nuevamente para recibir a los pasajeros de regreso que se encontraban realizando sus últimas compras. La mayoría se animó a probar almojábana, quesadillos, maní y helados mientras abordaban el tren. La puntualidad era parte esencial del recorrido, y la sensación de satisfacción se reflejaba en los rostros de quienes subían nuevamente a bordo.
A las 3:40 de la tarde, el tren partió hacia Bogotá. El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de tonos dorados y anaranjados. Los músicos retomaron sus instrumentos, y las melodías andinas se mezclaban con el traqueteo constante de los vagones. El ambiente era nostálgico, como si el tren nos despidiera con una última serenata.
Mientras el tren regresaba, tuve la oportunidad de conversar con Karol Pulido, una de las asesoras de vagón, quien compartía con cada pasajero una cálida sonrisa y palabras amables. Karol me explicó que, desde el inicio, se esfuerzan por dar la bienvenida de una forma cercana. "Nos aseguramos de que cada viajero se sienta bien atendido desde el momento en que se sube al tren. Les ayudamos a ubicarse, les brindamos toda la información que necesitan y, durante el trayecto, tratamos de que tengan una experiencia tranquila y cómoda".
Karol también me habló de las actividades a bordo, diseñadas para enriquecer la experiencia. "Durante el viaje, los pasajeros pueden disfrutar de música andina en vivo; los músicos pasan de vagón en vagón tocando canciones tradicionales de América Latina. Además, en ocasiones ofrecemos guías que explican la historia del tren y los lugares por los que pasamos. Queremos que los turistas se lleven una experiencia cultural única, no solo un paseo en tren"
A medida que el tren avanzaba, también conversé con Santiago Gómez, otro de los asesores, quien relató algunas anécdotas memorables. Para él, trabajar en el Turistren es un privilegio. "Cada día me siento honrado de formar parte del único tren turístico en Colombia. Es emocionante compartir con los pasajeros la historia de las locomotoras a vapor, los detalles técnicos y el patrimonio que representan. A veces, algunos pasajeros muestran curiosidad y quieren saber más sobre el funcionamiento del tren, y a mí me encanta contarles".
Minutos antes de bajarme nuevamente en la estación de Usaquén en Bogotá, tuve la oportunidad de conversar con Jair Marín, el coordinador de viaje, quien supervisa la experiencia de los pasajeros y la operación general del tren. Marín me comentó sobre el valor cultural del tren y el esfuerzo por mantenerlo activo. "Este no es solo un atractivo turístico; es un pedazo de historia que nos conecta con nuestras raíces. Los fines de semana recibimos cerca de 800 pasajeros tanto nacionales como extranjeros, quienes, al recorrer la sabana, tienen la oportunidad de conocer una Colombia distinta", agregando que es curioso ver cómo más del 90% de los pasajeros corresponden a turistas nacionales y aproximadamente un 10% a turistas internacionales, especialmente de Suramérica y Centroamérica.
También compartió algunos de los desafíos que enfrentan al ser una de las pocas operadoras de trenes en el país, añadiendo que manejar un tren antiguo tiene sus complicaciones, ya que se compite con otros medios de transporte más modernos. Sin embargo, recalca que cada recorrido deja una huella única en quienes tienen la oportunidad de vivirlo.
Finalmente, llegué a la estación de Usaquén, donde percibí un aire nostálgico por el fin del recorrido. Alrededor, los pasajeros se despiden entre risas y abrazos, mientras los rayos de la tarde caen sobre los edificios de la carrera novena. Desde aquí, el tren continúa su último tramo hacia la Estación de “Gran Estación", en el occidente de Bogotá. Esa se ha convertido en la parada final del recorrido desde que la antigua estación de La Sabana cerró sus puertas por remodelación, dejando a Usaquén y Gran Estación como puntos de encuentro para quienes buscan este viaje de otro tiempo.
Observar la partida del tren tiene algo de despedida y de promesa, como si, en su ruta de regreso, dejara una estela de historia y cultura. Es más que un simple tren turístico; se trata de un hilo que nos conecta con la esencia de la sabana y el pasado ferroviario del país.
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