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19 de Noviembre de 2025 04:11
En las montañas de Nemocón se esconde un lugar que parece detenido en el tiempo. El sol golpea con fuerza, el viento es escaso y la tierra brilla con un tono naranja que parece encenderse con cada paso. Allí comienza el recorrido por el Desierto de la Tatacoita, un territorio que fue parte del mar hace más de tres mil millones de años y que hoy guarda las huellas de ese pasado entre cañones, cavernas y esculturas naturales.
El recorrido empezó en el centro de Nemocón, donde subimos por una trocha hasta llegar al parqueadero. Nos encontramos con Juan José Gómez Rodríguez, el dueño de la finca Tras el Alto. El lugar estaba completamente solo: no había turistas ni ruido. Éramos un grupo de jóvenes decididos a conocer algo nuevo.
Él nos recibió con una sonrisa amplia, nos ayudó a subir en su camioneta azul —perfecta para la trocha— mientras su perro Rocky corría tras nosotros. Eran dos kilómetros desde el parqueadero —que costaba 7 mil pesos— hasta el punto de inicio del sendero, cuyo recorrido tenía un precio de 15 mil pesos por persona, y en cada curva el paisaje iba cambiando de verde a dorado.
Cuando llegamos a la portería naranja, el calor era intenso. Iniciamos el senderismo entre montañas, rodeados por un verde vibrante que contrastaba con el color ocre de la arena. Desde los primeros metros entendí que, más que una caminata, estábamos viviendo una experiencia de conexión con la naturaleza. Subir y bajar entre los bancos de arena exigía resistencia física, pero también una disposición interior para detenerse, observar y escuchar.
Ver las primeras formaciones fue impactante. Los bancos de arena parecían formados con precisión: un unicornio, un violín, un corazón. Cada figura, tallada solo por el viento y el paso del tiempo, nos recordaba la fuerza silenciosa de la naturaleza. Aunque no podíamos tocarlas, su belleza bastaba para detenernos y admirarlas desde lejos, sintiendo que el esfuerzo del ascenso valía la pena.
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En medio del trayecto llegamos a una de las cuevas formadas por la erosión. Entrar allí fue como ingresar al corazón del desierto. La temperatura bajó de inmediato; el aire se sentía fresco, y los rayos del sol entraban por una abertura en lo alto, iluminando partículas doradas que parecían flotar en cámara lenta. Esa sensación de calma después de la subida fue indescriptible.
Juan José hablaba con emoción. No era solo un guía: era un hombre que había crecido en ese mismo terreno. Desde niño recordaba cómo su padre le enseñaba a conservar los bancos de arena y a leer los caminos del desierto. Contó que ha dedicado toda su vida a este trabajo, viviendo solo en la montaña y cuidando cada rincón del lugar. Su orgullo por La Tatacoita era evidente. Cada vez que salíamos de un punto, nos decía: “Una belleza, ¿no?”. Su entusiasmo era contagioso; se ofrecía a tomarnos fotos y a contarnos las historias detrás de cada formación.
Más arriba, el esfuerzo físico se mezcló con la recompensa visual. Desde la cima, el panorama era sobrecogedor: las montañas, el cielo azul y las figuras de arena que parecían pequeñas desde allí. Nos sentamos unos minutos, con la respiración aún agitada, a contemplar el paisaje. El viento empezó a soplar suavemente, como un premio natural por haber llegado tan alto.
De regreso, pasamos por la casa de Juan José, quien nos ofreció agua pura extraída directamente de la tierra. Mientras bebíamos, nos habló de su sueño de instalar puntos de hidratación naturales para los visitantes. También compartió su preocupación por el impacto del turismo comercial: “La experiencia tiene que ser natural, sin máquinas ni cemento. Aquí el atractivo es la naturaleza misma”.
El descenso fue más tranquilo. El cansancio se mezclaba con una sensación de plenitud. En total, habíamos recorrido casi seis kilómetros entre arena, sol y silencio. Pero, más que una caminata, fue una experiencia de conexión profunda con la tierra.
La Tatacoita no es solo un paisaje: es un escenario perfecto para el senderismo, la fotografía y los deportes de aventura. Su topografía —una mezcla entre desierto y montaña— ofrece rutas de distintos niveles de dificultad, ideales tanto para quienes buscan una caminata contemplativa como para quienes practican trekking o trail running. Esta práctica, además de promover hábitos saludables y sostenibles, se ha convertido en un motor turístico para Nemocón y para todo Cundinamarca.
De hecho, Nemocón es uno de los municipios más visitados del departamento gracias a su Mina de Sal, pero también por atractivos naturales como este desierto, reconocido como patrimonio natural. Además, el municipio fue seleccionado como uno de los diez destinos top de astroturismo en Colombia, en una convocatoria liderada por el Viceministerio de Turismo y Fontur, lo que ha incrementado la llegada de viajeros que buscan experiencias al aire libre y rutas ecológicas.
Senderistas, fotógrafos, familias y deportistas llegan cada fin de semana, atraídos por estos paisajes que mezclan aventura y tranquilidad. Antonio Molina, una de las personas que hicieron el recorrido conmigo, asegura que es “una experiencia muy interesante y diferente”, mientras Frank Mateus, otro turista, destaca que “la atención de Juan José fue excelente y el recorrido, muy agradable”.
Incluso expertos en salud reconocen los beneficios de esta práctica. El médico general Diego Vásquez explica que el senderismo fortalece el sistema cardiovascular, ayuda al control del peso, mejora el sistema inmune y reduce el estrés, elevando el estado de ánimo y favoreciendo los procesos cognitivos.
Aventureros, deportistas y familias visitan este “desierto frío”, atraídos por el contraste de colores, la quietud del entorno y el reto físico que implica recorrerlo. El senderismo, además de fortalecer el cuerpo, se ha transformado en una manera de redescubrir la geografía colombiana, impulsar el turismo rural y apoyar a los habitantes que, como Juan José, trabajan por mantener viva la esencia natural del lugar. Juan José Moya, quien también hizo el recorrido, dice que fue “inolvidable, porque pude observar algo que pensaba que no existía”.
Caminar por La Tatacoita es mucho más que una actividad deportiva. Es una experiencia que combina esfuerzo, contemplación y conciencia ambiental. Entre el calor del sol, el sonido del viento y la inmensidad de la tierra, uno entiende que el verdadero viaje no es solo por el sendero, sino hacia adentro: hacia la conexión con la tierra que nos sostiene.
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