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14 de Noviembre de 2025 17:50
En las mañanas frías de la sabana de Bogotá, cuando la neblina cubre los cerros orientales y el aire huele a tierra mojada, el silencio rural se quiebra con un sonido rítmico y familiar. Es el andar cadencioso de un caballo de paso fino que golpea la pista con precisión casi musical. Cada herradura parece marcar el compás de una melodía antigua que vibra entre el polvo y los murmullos del público. Su pelaje, perlado por el sudor, brilla bajo la luz tenue del amanecer, y cada destello se mezcla con el vaivén del aire, como si el paisaje entero respirara al ritmo del animal.
Encima, el jinete se mantiene erguido, dueño de una elegancia serena. Sus manos, firmes pero suaves, sostienen las riendas como si dialogara con el animal más que dominarlo. Se miran, jinete y caballo, y en esa mirada se advierte una complicidad que solo nace del tiempo compartido. A cada paso, el cuerpo del jinete se mece con la cadencia del animal, fundiéndose en un mismo ritmo, en un mismo aliento. La pista entera parece detenerse para escuchar ese diálogo hecho de brío, fuerza y armonía, creando un binomio perfecto.
No es solo un espectáculo equino, sino un ritual heredado, un latido cultural que, pese a la urbanización acelerada y a los altos costos que enfrentan criadores, jinetes y amazonas, sigue cabalgando con orgullo en Cundinamarca.
La cultura del paso fino colombiano trasciende el simple pasatiempo. Desde la promulgación de la Ley 1842 de 2017, el caballo criollo de paso fue declarado patrimonio genético nacional, un reconocimiento que compromete al Estado a fomentar su conservación y protección. Portales especializados como Estribo Colombia lo describen como un símbolo de identidad, una raza autóctona y transfronteriza que enlaza el campo con la historia.
En esa misma línea, la Confederación de Países del Paso Fino (Confepaso) destaca que el rasgo más distintivo de esta raza es la ambladura: un andar de cuatro tiempos, natural y sin trote, que brinda al jinete una comodidad excepcional y convierte cada cabalgata en un espectáculo de suavidad y elegancia.
Para el zootecnista Diego Villamil, la clave está en abrir los registros genéticos y evitar monopolios que restrinjan la diversidad: “Permitir competir a caballos con buena genética, aunque no cuenten con registro oficial, haría más fuerte la tradición”.
En municipios como Tocancipá aún no existe una política pública local que reconozca al paso fino como parte del patrimonio cultural, aunque en la planeación urbana ya se evidencia con la autorización de criaderos y pesebreras en suelo rural.
La arquitecta Zulma Marcela Santos, secretaria de Planeación de Tocancipá, advierte que la tradición convive con tensiones: “La expansión urbana y la modernización generan choques con la preservación del paso fino. Los suelos rurales van siendo absorbidos por zonas de expansión industrial y comercial”.
Aún así, en veredas como La Fuente del Porvenir sobreviven criaderos que compiten a nivel nacional, resistiendo en medio de licencias de construcción, proyectos de desarrollo y la presión de un municipio que se industrializa a gran velocidad.
Para Mariana Romero, amazona (mujer que monta a caballo con habilidad), el vínculo con los caballos es una herencia familiar: “Representa una disciplina, un legado y un estilo de vida”. Su visión coincide con la de Cindy Plazas, propietaria del criadero Doble Diamante, ubicado en Tabio, quien asegura que el paso fino implica “disciplina, respeto y orgullo por nuestras raíces”.
Estas voces muestran que, más allá de las cifras y las políticas, el caballo de paso fino es un puente emocional entre generaciones, un símbolo que se transmite tanto en la arena como en la vida cotidiana.
La tradición también se sostiene en la economía. Criadores como Cindy Plazas reconocen que las ventas de caballos son variables y dependen de las ferias, pero un ejemplar de calidad siempre encuentra comprador. El negocio se extiende a escuelas de chalanería, tiendas ecuestres y criaderos que generan empleo y atraen turismo.
Alejandro Manrique, criador en Chía, lo resume como “un gusto, una pasión y una identidad caballista”. Sin embargo, esta práctica enfrenta dificultades por el alza en los alimentos de los animales y el costo de vida, que hacen insostenible mantener criaderos sin un respaldo sólido.
Según los precios proporcionados por vendedores de heno, montadores de caballos, criadores que alquilan pesebreras y conductores de camiones, los costos de mantenimiento de un caballo de paso fino ascienden a unos 2,3 millones de pesos mensuales, teniendo en cuenta necesidades básicas como alimentación, cuidado y transporte.
Costos de mantenimiento de un caballo de paso
Mantener un caballo de paso fino en Colombia representa un compromiso económico y personal importante. Los gastos de alimentación, cuidados veterinarios, entrenamiento, transporte y entre otros, hacen que cada mes sea un reto para los criadores, quienes deben garantizar no solo el bienestar del animal, sino también su óptimo desempeño. Más allá de la pasión y el orgullo por esta tradición, se requiere disciplina y un esfuerzo constante para sostener a estos ejemplares que son un símbolo de cultura.
En Ocala, Florida, Estados Unidos, considerada la capital mundial del negocio ecuestre, los caballos criollos colombianos han comenzado a consolidarse como protagonistas de una industria multimillonaria que mueve alrededor de US$2.200 millones al año, según BBC.
Entre ellos destaca el caballo Dulce Sueño de Lusitania, cuyo prestigio no solo revaloriza la raza, sino que trasciende lo simbólico: cada servicio de inseminación alcanza valores que reflejan demanda, genética y reconocimiento internacional.
Mariana Romero, dueña del criadero Villa Mariana, tiene algunos ejemplares compitiendo en Estados Unidos y asegura: “Siento que sí es una buena inversión, pero este no es el momento para hacerlo porque la economía, en general, está muy mal. En Estados Unidos la gente también tiene mucho miedo de comprar por la situación política, entonces, el mercado, en general, está súper quieto”.
Según datos de Fedequinas, los departamentos más representativos en la crianza y competencia de esta raza son Córdoba, Antioquia, Santander, Cundinamarca, Tolima, Huila, Valle del Cauca y Meta. Gran parte de la exportación de estos ejemplares se dirige a países como Estados Unidos, Puerto Rico y República Dominicana.
El paso fino no es solo economía: también es técnica y arte. La chalanería, según ASDEPASO, es el arte de montar y disfrutar del caballo criollo de paso, una disciplina que exige del jinete o la amazona elegancia, seguridad y una comunicación fluida con el animal. No se trata solo de guiar al caballo, sino de interpretar sus movimientos y proyectar una imagen de respeto y conexión.
En Cundinamarca operan escuelas avaladas por ASDEPASO, como el Club Pasos de Gigante, en Tabio, o el Club Deportivo, San Luis, en Bogotá, que transmiten a niños y jóvenes los valores de la tradición y las técnicas de manejo de los caballos.
En el caso de San Luis, su director, Henry Morales, asegura que en los últimos años las inscripciones han aumentado, pues más allá de enseñar a montar, se crean vínculos entre los niños, los caballos y sus familias. Para mantener el interés frente a las distracciones de la tecnología, explica que cada clase se convierte en un reto diferente: “estudiantes montan caballos de distintos andares y se fijan metas claras, lo que hace de cada experiencia algo único”.
Sin embargo, reconoce que el mayor desafío sigue siendo romper el estigma histórico que asocia el caballo de paso fino, y en este caso, la chalanería, con el narcotráfico, cuando en realidad, dice, se trata de un deporte abierto a cualquiera que ame los caballos, respete la tradición y disfrute del campo.
Más allá del aspecto cultural, el paso fino enfrenta un reto generacional: conquistar la atención de los jóvenes en una era marcada por la tecnología. Romero lo explica: “Muchos están más enfocados en la tecnología y los videojuegos”. Sin embargo, quienes heredan la pasión familiar mantienen viva la tradición.
El caballo de paso fino en la sabana de Bogotá no es solo un animal: es la memoria viva de un territorio que anda entre el pasado y el futuro. Y mientras sus herraduras sigan marcando el ritmo sobre la tierra fría, la identidad caballista seguirá mostrando su andar, aunque la modernidad intente alcanzarla.
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