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26 de Noviembre de 2025 09:00
Un concierto de rock siempre se siente distinto. Es como si apenas entras el aire cambiara: las pisadas suenan más fuerte, el pecho vibra, y de alguna forma ya sabes que estás en un lugar donde no tienes que pretender nada. Ahí todos somos una familia. Nadie juzga, nadie mira raro, todos estamos en lo mismo: vivir el momento. Y cuando empieza la música… uff. En cada salto, en cada riff que te retumba en los huesos, en cada coro que gritas con gente que ni conoces, aparece esa sinergia que solo el rock entiende. Esa conexión que no se explica, pero se siente. Ves a tus bandas favoritas, descubres bandas locales que están creciendo, y en medio de todo eso te das cuenta de que este es uno de esos pocos espacios donde eres realmente libre. Donde el rock no solo suena: te abraza y te recuerda que aquí, siempre, somos comunidad.
El rock, que alguna vez fue visto como un grito de inconformidad en Bogotá, encontró en la Sabana Centro un terreno fértil para crecer y transformarse. En los últimos años, municipios como Chía, Cajicá, Zipaquirá y Tocancipá han impulsado festivales como Fortaleza Rock, Rock N´Luna y Rock Sabana Fest, y han visto nacer bandas locales que dan forma a una identidad propia.
Lo que comenzó como un movimiento urbano de resistencia hoy se consolida como una red cultural regional que demuestra que el rock sigue vivo, creciendo y transformando comunidades más allá de la capital. En este recorrido, el rock ha dejado de ser un sonido importado para convertirse en un lenguaje propio que refleja las realidades sociales de la región.
El género siempre ha estado lleno de contrastes. Ha sido señalado, incomprendido y a veces reducido a la rebeldía o al ruido, pero en realidad su esencia va mucho más allá. “Es la profundidad del ser humano, en toda su totalidad, la filosofía, la depresión, los sentimientos más oscuros. Yo como un ser humano sensible que soy, he encontrado que es un género que me permite expresar y trasmitir muchas cosas, sacarlas de mi alma”, afirma Jane Kristine, vocalista de Enodia, una banda de black metal fundada en 2022.
Este género no nació solo como una moda musical, sino como un grito de resistencia y de identidad en medio de la violencia que marcó al país desde finales del siglo XX. En los años ochenta y noventa, Bogotá fue el epicentro de un movimiento que encontró en las guitarras distorsionadas y las letras contestatarias un canal para denunciar la guerra, la desigualdad y la falta de oportunidades.
Esta sensibilidad atraviesa a toda la comunidad rockera, que ha encontrado en este género un espacio de unión, resistencia y libertad. Más que una escena musical, el rock se ha convertido en una forma de vida que acoge a quienes buscan expresarse sin filtros. “El rock me ha dado para expresarme de forma libre, sin prejuicios. Siento que es una forma de expresión en la que puedo decir muchas cosas sin miedo a ser juzgado. Es libertad, más que todo”, comparte David Tapia, integrante de La Bum y Diabolical Blast, bandas locales de Chía.
En distintos municipios de la Sabana han surgido las llamadas mesas de rock, colectivos donde músicos, gestores y jóvenes apasionados por el género se reúnen para darle fuerza a una escena que muchas veces crece sin apoyo. No son simples reuniones, sino espacios de diálogo con las alcaldías y casas de la cultura que buscan abrir tarimas, crear festivales y dar continuidad a los proyectos locales. Allí se tejen redes, se comparten problemas comunes y, sobre todo, se construye la idea de que el rock también hace parte del patrimonio cultural de la región.
La Mesa de Rock de Tocancipá surgió como una respuesta a la necesidad de fortalecer la escena local y darle un sentido más profesional a la música en el municipio. Sus integrantes vieron que hacía falta un espacio que fuera más allá de los eventos ocasionales y que ayudara a consolidar a las bandas como proyectos serios, con identidad y proyección.
“Lo que queríamos con la mesa es que se viera algo más importante, más empresarial, que no fuera una organización que solo hiciera toques, sino que pudiéramos organizarlos y ofrecerlos profesionalmente”, cuentan sus integrantes. Esa visión también busca que las bandas crezcan en todos los sentidos: “La idea es que las agrupaciones no solamente lleguen, toquen y se vayan, sino que tengan su disco, sus redes sociales, todo eso. Eso lleva a que podamos ofrecer algo más profesional, algo llamativo”.
“Queremos que cuando nos acerquemos a una alcaldía vean que somos un organismo serio que trabaja para mejorar”, añaden, destacando la importancia de ganar reconocimiento institucional. En esencia, la mesa nació “de la necesidad de tener espacios y lugares para expresar la música y de crear oportunidades. Se vuelve una fuerza compuesta por los interesados, por las bandas y las personas que quieren publicar sus trabajos discográficos, profesionalizarse y gestionar recursos que validen la vida del artista.”
Kike Monroy, integrante de K93 y miembro de la Mesa de Rock de Zipaquirá explica que “la gestión del rock es muy compleja y por eso es más difícil que pegue tanto”. Sin embargo, en los últimos años han surgido nuevas organizaciones que buscan fortalecer la escena local, tomando como referencia los procesos que existen en Bogotá. “Hace unos años formamos la Mesa de Rock Zipaquirá y estamos ayudando a la profesionalización de los músicos, dando talleres y acompañamiento. En pandemia estuvimos dictando talleres de producción, enseñándole a la juventud cómo hacer un club, cómo moverse en la escena. Ahora se nota un resurgimiento del rock, muchos pelados de colegio están escuchando de nuevo, y eso da esperanza”.
Aun así, Kike reconoce que la autogestión sigue siendo una constante: “yo creo que nunca va a terminar, porque no hay empresas que respalden del todo este tipo de proyectos. Pero igual seguimos, porque el rock en la Sabana se mueve gracias a la gente que lo ama, que no se rinde y que lo mantiene vivo”.
Desde los años noventa, el crecimiento metropolitano de Bogotá ha desbordado sus límites administrativos, integrando progresivamente a los municipios de Sabana Centro en su dinámica urbana. Según el DANE, más de diez de estos municipios hacen parte hoy del área metropolitana funcional de la capital, lo que implica un constante flujo de personas que se desplazan cada día por trabajo, estudio o entretenimiento.
Entre 2005 y 2018, la población de la provincia de Sabana Centro aumentó un 38,3 %, mientras que en Bogotá el crecimiento fue del 8,4 %. Este aumento poblacional no solo transformó el territorio, sino también su vida cultural: el rock, que antes se concentraba en la capital, comenzó a expandirse hacia estos municipios, encontrando allí nuevas audiencias, espacios autogestionados y una escena que ha sabido mantener vivo el espíritu del género fuera del centro urbano.
Los jóvenes de los municipios de sabana centro comenzaron a organizarse, a formar bandas y a darle un nuevo aire al género, adaptándolo a sus propias realidades. Lo que empezó como un movimiento urbano terminó sembrándose también en lugares como Chía, Cajicá, Zipaquirá o Tocancipá, donde la música se convirtió en punto de encuentro y expresión colectiva.
“Festivales como estos, que mueven y visibilizan agrupaciones emergentes, son necesarios porque están creando un nuevo público”, afirma Diego Rojas, fundador de Rock en la Luna. “Todos esos nuevos oyentes están descubriendo las bandas que vienen surgiendo. A veces nos quedamos con lo de antes, con los mismos gustos, pero en la Sabana hay muchísimo talento nuevo. Además, estos espacios ayudan a generar circulación, empatía y unión entre las mismas agrupaciones, comparte Diego Rojas.
En Sabana Centro, el futuro del rock se proyecta como una red cada vez más sólida de proyectos, escenarios y artistas que comparten una misma pasión. Los gestores y músicos coinciden en que el camino apenas comienza y que el trabajo constante será la clave para que la región siga creciendo musicalmente.
Diego Rojas, fundador de Rock en la Luna, expresa con convicción: “Yo veo que la Sabana va a sonar mucho en unos años, porque hay agrupaciones que están en un nivel muy bueno, y desde que sigan juiciosos y no acaben los proyectos, la pueden romper fuertemente”.
Por su parte, Julián Castro, organizador de Fortaleza Rock, resalta la importancia de mantener viva la inspiración cultural desde los más jóvenes: “Buscamos que se sigan inspirando niños, jóvenes y adultos en este tema cultural. Y asimismo debemos garantizar un espacio adecuado para que puedan disfrutar de esto”. También señala que uno de los grandes retos hacia adelante es fortalecer las relaciones entre municipios: “Veo importante tener una articulación entre las regiones, entre los municipios que tengan su propio festival, y, sobre todo, lograr una conexión entre todas las personas interesadas en el arte, porque eso va a ser muy enriquecedor”.
Las mesas de rock también proyectan un buen futuro para el género en la región, siempre y cuando la constancia y dedicación sea el pilar de la evolución. “Lo que queremos es que todos podamos acompañarnos sin importar las ideas o los géneros musicales, y fortalecer ese sentido de unión. A veces tener una organización sólida como la que estamos construyendo no es fácil, porque la gente no ve todo lo que hay detrás. La gestión puede ser complicada: hay que moverse, golpear puertas, insistir, recoger lo necesario para que las cosas salgan bien.
Aun así, las bandas siguen enfrentándose a retos que no desaparecen con los años. Como dice David Tapia, “toca lucharla… esos apoyos sería muy bacano que fueran mucho más, porque si no, nos toca a nosotros hacer rifas, conciertos para recaudar, sacar merch, sacar discos, promoverlos; para poder hacer todo lo que tenemos planeado”. La escena crece, sí, pero la carga económica y logística sigue cayendo, casi siempre, sobre los mismos músicos que sostienen el movimiento desde la autogestión.
A veces se piensa que esto es solo por gusto, pero realmente es por el bien de todos y por el rock. Cuando todos entendamos que ese es el objetivo común, creo que la escena va a crecer mucho más. Nosotros no tenemos otra política que no sea hacer rock y representar su circulación. Cuando eso fluya mejor, el movimiento tendrá una representación más fuerte.”
En esa unión, educación y proyección conjunta se encuentra el verdadero futuro del rock sabanero: una cultura viva que seguirá creciendo desde lo local para resonar en todo el país.
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