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El frío de la mañana en Cogua corta la respiración mientras un grupo de ciclistas ajusta sus cascos y familias con termos y mochilas ligeras se preparan para subir hacia el Embalse del Neusa. El bullicio dura poco: al caer la tarde, casi todos estarán de regreso en Bogotá, dejando tras de sí senderos silenciosos y restaurantes vacíos. Entre los mapas extendidos sobre una mesa, Pedro Martín Chambueta, agente turístico, observa la rutina repetirse una y otra vez y encuentra allí la raíz del problema: el turismo que pasa, pero no se queda.
“Mi amor por el turismo nació del contacto con la naturaleza y ver que aquí había un potencial enorme desconocido por muchos”, cuenta Pedro, mientras señala con el dedo las montañas que rodean el Neusa. Para él, la falta de alojamientos no es solo un vacío, sino también una oportunidad: “Si aprendemos a planear bien, podemos crecer de manera sostenible”, dijo.
En Colombia, la industria crece, pero sufre una herida estructural: la informalidad. Según la Asociación Colombiana de Agencias de Viajes y Turismo (Anato), este problema sigue siendo el talón de Aquiles en el país, el 74,7% de los trabajadores opera por fuera del sistema, lo que limita la calidad, la competitividad y la confianza de los viajeros. “Hay muchísima oferta que no aparece en el Registro Nacional de Turismo, y eso hace que todo sea más frágil: el visitante viene, consume, pero no hay garantías de calidad ni de permanencia”, mencionó el turistólogo Marco Bernal. El resultado: una industria frágil, con baja capacidad de pernoctación y una marcada desigualdad entre territorios.
En la infraestructura hotelera de Sabana Centro se refleja el movimiento turístico: los municipios más grandes y visitados concentran la oferta. Zipaquirá, con 165 mil habitantes y 35 alojamientos, y Chía, con 168 mil habitantes y 20 establecimientos, lideran la región. Incluso, localidades medianas como Sopó (13 alojamientos para 32 mil turistas) o Gachancipá (8 alojamientos para 21 mil turistas) han logrado sostener una base mínima para recibir turistas.
El patrón se rompe en tres municipios: Cogua, Cota y Nemocón. Todos tienen atractivos reconocidos, pero con pocos lugares para hospedar a sus turistas.
Francisco González, dueño de la Reserva Natural Ayú del Río, ubicada en el municipio de Cogua, confirmó el testimonio de Pedro. “El turista no está buscando alojarse. Vienen en el día, hacen senderismo, almuerzan en las fritanguerías o visitan el Neusa, y regresan a Bogotá”. Esa dinámica mantiene la demanda hotelera en mínimos, con solo cuatro establecimientos registrados en el RNT.
La paradoja de Nemocón es distinta: la histórica mina de sal atrae cada año a miles de turistas nacionales e internacionales, pero el municipio apenas cuenta con cinco alojamientos formales. Un atractivo de talla nacional sin la infraestructura suficiente para retener a quienes desean quedarse más de un día y recorrer su oferta cultural y natural. La brecha se hace más evidente si se tiene en cuenta que Nemocón fue seleccionado recientemente como uno de los diez destinos top de astroturismo en Colombia, un logro al que se postularon más de 380 destinos del país.
En Cota, con más de 41 mil habitantes, la oferta hotelera se limita también a cinco establecimientos. Allí, los alojamientos funcionan más para eventos deportivos y reuniones empresariales que para el turismo vacacional. Una dinámica que deja a sus festivales y atractivos culturales sin la capacidad de convertir visitantes en huéspedes.
Hoteleros versus entidades
Las cifras no son solo un dato frío. Se traduce en la vida diaria de quienes intentan sostener la oferta hotelera en medio de la escasez. Los pocos alojamientos de Cota, Cogua y Nemocón tienen que hacer frente a un panorama donde la demanda existe, pero las condiciones para crecer parecen ausentes.
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